Vaya por delante que me cuento entre los que piensan que la filmografia de Denis Villeneuve, a excepción de Incendies, se mueve entre lo excelso. Entre los que celebraron la noticia de que el director canadiense se iba a encargar de la dirección de Blade Runner 2049 y entre los que disfrutaton del film primigenio de Scott en su más tierna infancia y vieron como ese visionado marcaba sus vidas para siempre. A priori, el cara a cara con la nueva película se planteaba como un festín para los sentidos, la oportunidad de disfrutar de cine de calidad y entretenido con su ración de mística y filosofía.

Era muy difícil estar a la altura del mito, en eso creo que podemos estar todos de acuerdo pero es que la cosa se queda muy por debajo de lo esperado. Que sea larga no tiene que ser problema, el problema es que se hace muy muy muy larga. Visualmente es un 10, más que digna secuela en este aspecto, la atmósfera recuerda a la primera y consigue ser original y fiel al estilo del director canadiense. La música de Vangelis se echa de menos por más que los autores de la misma se esforzaran en imitarla y lo peor sin duda es la forma en la que el director cuenta la historia. El guión no es el mejor de la historia y Villeneuve en ningún momento parece sentirse comodo con él, algunas escenas entre Harrison y Ryan rozan lo inane, en el último tercio de la película el tedio se apodera de uno hasta el punto de que importan muy poco los giros que pueda dar la historia. En la primera, todo ensamblaba a la perfeccion, el relato policiaco, la estética sublime y el discurso filosófico. En esta, es todo muy correcto pero lejano a un ensamblaje perfecto. Los astros se alinearon con el primer Blade Runner y será muy difícil que lo vuelvan hacer o si no que se lo pregunten al tío Ridley que jamas volvió a ser el mismo después de soñar con ovejas eléctricas

Resulta difícil para un cinéfilo forjado durante la década de los 80 no sentir cierta simpatía por Paul Schrader, escritor de películas icónicas ( Taxi Driver, Yakuza, Ranging bull...) y director de algunas gemas hoy olvidadas como The comfort of strangers.
En su última película Dog eat dog, unos delincuentes entrados en años y recién salidos de la cárcel, se sienten fuera de lugar en un mundo que ha dado unas cuantas vueltas sin ellos (chistes sobre Facebook y Taylor Swift incluidos). Quizá como alter egos del propio Schrader y sus dos protagonistas principales, Nicholas Cage y Willem Dafoe, los tres iconos de un cine del que poco queda en las carteleras. Despues de un sugerente arranque, con un divertido (y genial como siempre) Willem Dafoe, el director nos muestra a los personajes principales con un montaje a lo Oliver Stone y un uso de la música propio de Scorsese, aunque la cosa se acabe pareciendo más a Guy Ritchie que a otra cosa, como sí intentara demostrar que aún puede/sabe hacer algo juvenil o cercano a los gustos de la mayoría. Por suerte acaba pronto, la trama se asienta y la película se entona, siempre con cierto aire juguetón y desenfadado (el culmen de la broma es esa parodia de la ya mítica "redención Schraderiana"), pero también esquemático e insuficiente.Da la impresión de que el director en consciente de lo endeble del material que tiene entre manos y decide parodiarse a si mismo (incluso se reserva un relevante papel secundario), diciéndonos, que al igual que sus protagonistas, el mundo ha dado unas cuantas vueltas si él, pero sigue condenado a su destino. Hacer películas.

Resulta muy difícil emitir un juicio ajustado sobre esta película al terminar la proyección. Más que por lo delirante e insólito de su trama en su segunda mitad, por como ataca directamente a los esquemas predefinidos, de a los que, como yo, siempre hemos preferido las películas con un suculento fondo a la “simple” sucesión de imágenes sin mucho que contar. Esta película pertenece al segundo grupo sin duda, pero tiene momentos tan poderosos que uno tiene que replantearse sus supuestos.

El arranque, si también te gusta la música pop (en su sentido más genérico), es de un regocijo que resulta difícil no expresar con gestos. La presentación de los personajes, para la que se toma su tiempo, es sencillamente magistral. Posee una mezcla de poética irreverente pero muy ajustada, con una belleza y originalidad en su puesta en escena que resulta muy difícil de ver en el cine de la era de las plataformas.

Pero la euforia no dura mucho, ya que, después de 50 minutos de premisa, cuando hay que desarrollar lo que sea que se quiere contar, la película naufraga, y de qué manera. Asistimos perplejos a una sucesión de giros argumentales caprichosos espoleados por una trama que roza peligrosamente lo grotesco, en la que se vislumbran críticas y/o descripciones del mundo actual, pero que en ningún momento pasan de meros apuntes a pie de página no desarrollados.

Parece ser que el director ha intentado redimirse de su relación con la madre de su hija, que lamentablemente terminó suicidándose. Pero esta conexión con la película parece más un evento privado que algo realmente desarrollado en el subtexto que el espectador pueda hacer suyo.

A pesar de esto, la película construye un mundo cinematográfico realmente especial, todo lo que atañe al musical (canciones, coreagrafías...etc) es modélico y sumamente refrescante entre tanta “netflixada”, señal significativa de esto es que he pensado en la película varios días después. Por momentos creía haber hecho un viaje en el tiempo y estar en un cine de los 80 o 90 cuando aún se veían películas arriesgadas con un presupuesto más que aceptable.
Mención aparte merece Adam Driver, en el papel de su vida, con un magnetismo y sex appeal apabullantes.
Si nos tragamos el estilizado mundo de Sergio Leone a pesar de sus tramas “chorras” no veo porque no podemos estar a favor del delirante mundo de Carax. It´s only rock ´n´ roll (but I like it)