A esta historia sólo se le pueden reprochar sus escasas condiciones para ser llevada al cine. Como obra teatral, podría ser magistral. Bien dirigida, actores soberbios. Impecable puesta de relieve de las miserias humanas, con la amistad y el compañerismo puestos en cuestión, si se trata de salvar la propia piel. Sin grandes alardes, el film consigue lo imprescindible, con sencillez: diálogos certeros, breves y punzantes y sin perder un detalle. Historia imprescindible para estos tiempos plagados de corruptelas. Película muy didáctica para que los jóvenes aprendan a ver su sociedad desde fuera.

Serie policial, muy bien adaptada a la idiosincracia y problemática de las islas Canarias, captando a la perfección las características esenciales de este entorno isleño, sobre todo en su vertiente social, trascendiendo también a otros ámbitos. La trama mantiene una viva tensión hasta su desenlace, gracias tanto a la tarea de dirección como al talento desplegado por sus principales actores, entre los que destaca la actuación de Candela Peña, en un papel absolutamente novedoso para ella, con el que, sin embargo, conecta a la perfección.

Vidas entrelazadas insertas en una historia de problemática, muy manida, cuyo guión, sin embargo, resulta muy dinámico y bien estructurado. Buen plantel de actores, bien dirigidos y cuya interpretación resulta muy correcta, con un buen grado de autoexigencia, como ya es tradicional en el cine británico.

Todo es magistral en esta película: la puesta en escena, el argumento, las modélicas interpretaciones... Todo ello alcanza un gran equilibrio a lo largo de todo su desarrollo y en ningún momento pierde interés la historia; más bien al contrario. Y el mensaje nos llega de manera sutil, sin aspavientos. Por fin alguien se da cuenta en Inglaterra de que los pueblos colonizados también tienen derecho a ser reconocidos ciudadanos del mundo

Peckinpah derrocha talento para llenar la pantalla de un halo romántico, lleno de descontrol, pasión, intensidad emocional y locura en esta versión de la leyenda de Billy el Niño, vista a través de un filtro fotográfico que transmite la frialdad propia de la muerte, donde sólo merecen vivir los que prometen lo imposible. Por ello, lo que sobrevive a todo resulta ser, finalmente, la música de Bob Dylan, que llega encajar con este género de manera sorprendente, para demostrarnos que el bien y el mal pueden confluir, a veces, sin ambigüedades. De ello se encarga, a su vez, el elenco de actores, tan bien elegido como dirigido.

Magistral esta rienda suelta a la fantasía más exquisita del mundo del western.