A medida que me hago mayor empiezo a mirar al pasado con más nostalgia y añoranza de tiempos mejores. Recuerdo cuando tenía estaba entre los 10 y los 16 años. Aún quedaba muy lejos el tiempo de las responsabilidades y luchar como un perro por un lugar en el mundo que me rodeaba. En aquella época, el cine que veía y que me hacía soñar eran películas del tipo Cazafantasmas, Regreso al Futuro, Big, El príncipe de Zamunda, Los Goonies, y un largo etcétera de películas calificadas como "basura" pero que conforman la vida de un preadolescente como la educación recibida en la escuela. Y recuerdo cómo esas historias a priori tan imbéciles como que un adulto y un niño puedan intercambiar sus almas, o cómo un príncipe de un país desconocido y microscópico pueda trabajar en un McDonalds de Nueva York, o cómo un adolescente pueda viajar al pasado en un coche creado por un profesor chiflado, me hacían soñar, reir, quedarme atontado delante de la televisión y me hacían creer en la ilusión que todo es posible. Ahora todos vemos y disfrutamos con el cine de Ken Loach, Terrence Malick, esperamos con ansia la nueva película de Michael Haneke, nos tragamos las bombas y fuegos artificiales de blockbusters de Michael Mann o Steven Spielberg, y calíficamos con un 9 o con un 10 cualquier película que tenga nacionalidad del Libano, Iraq, Corea del Sur o Kazajistaní. El cine ha dejado de ser mero entretenimiento para ser considerado una especie de arte elitista en el que no tienen cabida los sueños.

Pues esta película me ha hecho volver a sentir un poco lo mismo que sentí hace 20 años. Entretenimiento y risas sin más pretensión que hacer pasar un buen rato a partir de una premisa un tanto estúpida. Eddie sigue siendo el mismo payasete que era hace 20 años y la tropa que crecimos con él estamos ya un tanto mayorcitos. Ayer me olvidé de la eurocopa, de la prima de riesgo, de tener que salir a buscar trabajo el lunes, de tratar de pagar la dichosa hipotéca, de la preocupante caída de pelo, de la puta correa de distribución del coche que he de cambiar y me va a costar un ojo de la cara, de la inevitable demencia que empieza a somar en la cabeza de mi madre...Durante una hora y media me quedé atontando viendo otra película que no pasará más allá de ser un recuerdo lejano dentro de un par de meses. Volví a sentir ese cosquilleo de dejarme llevar a algún tipo de cuarto lejano que creía haber olvidado. Y me reí bastantes veces, y durante 90 minutos volví a ser un niño.