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España España · Madrid
Críticas de Kbyo
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
6
8 de octubre de 2020
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
La serie comienza con una declaración de intenciones cuando nos explica que la razón de ser del concurso televisivo “Quién quiere ser millonario” parte de uno de los mayores hobbies de los británicos: tener razón. Y de los no británicos también. ¿A que llevo razón? Pues eso. Que nos encantan que nos doren la píldora.

En lo que llevamos de año llevamos ya estrenadas dos series cuya trama gira en torno a cómo hacer trampas en un concurso. Qué curioso. Si bien McMillions desgranaba cómo un grupo de personas unían esfuerzos para llevarse -de manera ilegítima- el premio gordo del Monopoly de McDonald, en el caso de Quiz, el escándalo de ¿Quién quiere ser millonario? habla de lo mismo pero esta vez el estafado es el concurso televisivo.

McMillions y Quiz, el escándalo de ¿Quién quiere ser millonario? comparten época, es decir, los hechos ocurrieron a principios de los dos mil tanto en una como en la otra. Y aunque las dos series viven un poquito de la nostalgia, no hay mejor momento para emitirlas que ahora. Si cogemos dos concursos de dos empresas fuertes desde un punto de vista financiero, empresas en las que podríamos creer como parte de lo que significa creer en el sistema, y desmigamos su funcionamiento, hasta tal punto que dejamos al aire sus fallos de seguridad, nos provocará una sensación de desconfianza. Dejaremos de creer. No hay mejor compañero para la desconfianza que la desinformación. Y no hay mejor época para la desinformación que esta.

Stephen Frears, con solo tres capítulos, consigue contar mucho sin una historia con mucho sobre lo que contar. Aparentemente. En el primer capítulo -que habla más bien sobre los antecedentes del juego y cómo se creó "Quién quiere ser millonario"- con muy pocos elementos nos divierte, nos crea tensión y calienta la atmósfera de lo que luego llegará en el segundo y tercer capítulo. La jugada maestra del director, y no destripo nada, es la misma que usa un trilero con la bolita. Nos hace mirar para un lado en un capítulo jugando con nosotros en el siguiente, e igual lo que pensábamos que ha pasado en realidad, no ha pasado así. Stephen Frears cierra un círculo en la serie. Quiz, el escándalo de ¿Quién quiere ser millonario? acaba convirtiéndose en un concurso para nosotros mismos. Un concurso donde tenemos varias opciones para dar respuesta a lo que creemos que ha pasado.

Todo esto es la excusa que monta Stephen Frears para mirarnos a la cara y decirnos ¡pero qué arrogantes que sois que queréis llevar la razón siempre! Es que vemos a un tío que no parece muy listo -que encima es militar, blanco y en botella, joder- ganar un millón de libras en un concurso sobre conocimientos y, cómo no vamos a dudar de si ha hecho trampas o no. Lo tenemos clarísimo. La razón está de nuestra parte. Esto es como cuando estamos en una conversación con amigos o compañeros de trabajo, más bien compañeros de trabajo, y creemos saber qué va a opinar uno de ellos en cuanto abre la boca. Como ya sabemos qué va a decir, ¿para qué escucharle?, ¿y para qué esperar a que termine de hablar? Mejor le interrumpimos y volvemos a rebatir sus argumentos.

Si creemos saber la verdad, tanto que no podemos ni esperar a que se desarrollen los hechos, qué más nos dará, si no vamos a cambiarla. Solo acariciamos nuestra verdad como un tesoro. Y si cada uno de nosotros posee una verdad que es muy distinta a la del otro, ¿para qué acercar posturas? Mejor alejarnos. Polarizarnos.
Kbyo
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5
1 de octubre de 2020
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
No voy a descubriros nada si digo que Ryan Murphy utiliza siempre las mismas máscaras para contarnos diferentes historias. En el caso de Ratched, la última serie de Ryan Murphy para Netflix, no es distinto. Y para muestra un botón. La damisela en apuros interpretada -casi- siempre por Emma Roberts pasa a Alice Englert. El tipo duro/loco que rescata a la damisela cambia de Evan Peters a Finn Wittrock. La mala malísima de Jessica Lange a Sharon Stone. Y bueno Sarah Paulson que sigue haciendo de Sarah Paulson. Eso no cambia.

A pesar de esta repetición, la fórmula hasta ahora ha funcionado. Pero, qué director no se copia a sí mismo -si es que esto tiene algún sentido como concepto- o no repite obsesiones en todos sus películas. Las filmografías de los autores son revisiones de la misma obsesión. La diferencia es que en Ratched la repetición no es que canse, es que no funciona. No salta la chispa. Si en series anteriores como en The Politician el surrealismo y la ironía nos mete de lleno en una trama increíble de un pijo de instituto que quiere llegar a ser Presidente de los Estados Unidos, en Ratched, el alejamiento con los personajes nos hace verle las costuras todo el rato y no dejamos de verles en esa dimensión, es decir, como personajes y no como personas.

Los créditos iniciales de la serie nos recuerdan todo el rato que el personaje de la enfermera Ratched está basado en la novela, no en la película. No vayamos a confundirnos. Yo no he leído el libro pero sí que he visto la película y nada hay de ese personaje en esta serie. Por eso las comparaciones solo pueden existir, como decía al principio, con American Horror Story porque Ratched se acerca más a otra secuela de la saga que a Algo voló con el nido del cuco.

Otros elementos que podrían ayudar en la narración tampoco lo hacen. Por ejemplo, el retoque de color que simula al Technicolor de la época no suma nada. Al contrario que en Hollywood que usando ese mismo elemento, se evocaba la esperanza de que otro Hollywood habría sido posible.

A Ryan Murphy debe de pasarle algo similar que a Stephen King. No es que se le den mal los finales, es que no le interesan. Por eso son muy atropellados, algo torpes y todo pasa de golpe. De ocho capítulos que tiene la series en seis de ellos no pasa nada. Pasa todo en los dos últimos. Estos dos últimos capítulos crean algo más de emoción en toda la serie aunque tira por tierra la poca coherencia de los personajes. De repente, todo se convierte en una revisión moderna de Caperucita Roja y el Lobo Feroz. Y como en toda revisión moderna no puede faltar el toque de feminismo. Un feminismo mal entendido o no preparado, mejor dicho. No se ha ido preparando el terreno para que de golpe los personajes que han sudado unos de otros, ahora descubren la sororidad. Nada que ver con otras series de Ryan Murphy donde desde el inicio, los personajes han ido dejando rastro de que sus problemas nacen desde su género como ocurre en Feud o en Pose.

www.jose-cabello.com/offtheraccord/
Kbyo
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7
12 de octubre de 2020
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este país tenemos un complejo de inferioridad grandísimo con los musicales. Eso hace que todo lo etiquetado bajo ese género lo miremos con lupa en vez de sentarnos en la butaca y dejarnos llevar, que es para lo que están los musicales. Y es que no ha podido llegar en mejor momento a la cartelera Explota, explota. Ahora que tenemos las discotecas cerradas -y pocas opciones de diversión- el cine se convierte en nuestra pista de baile con la música de Raffaella Carrá. Así que ¡a bailar!

Bailar en Explota, explota es obvio que funciona como metáfora sobre la libertad de expresión pero es que bailar en sí mismo ya es una forma de expresión, de sentirnos libres, de comunicarnos. Por este motivo supongo que el director prefirió que la actriz principal, Ingrid García Jonsson, no fuese una bailarina profesional si no alguien que usa el baile como vehículo de expresión en la España franquista de los años 70.

El personaje de Ingrid García Jonsson, María, no destaca por saber bailar, no destaca por saber cantar ni tampoco es la graciosa de la película -para eso ya está Veronica Echegui que lo borda- solo quiere hacer lo que le da la gana. Intentando llevar a cabo esta misión se topa con el censor de Televisión Española que no se lo pondrá fácil. El censor resulta ser también el padre del chico que le gusta, chico que a su vez heredará el título de censor. Libertad frente a represión. Dos polos opuestos que se atraen.

El Madrid de Explota, explota es alegre, brilla, tiene unos cielos de colores que confrontan la época en la que viven sus personajes. De hecho, hay veces en las que nos tenemos que recordar a nosotros mismos que estamos viendo una película ambientada en los años 70 y no en la actualidad. Los personajes, a veces, parecen demasiado adelantados para su época aunque terminan siendo esclavos de la misma. Pero es que igual este constante retorno no es casual. No es casual que se tienda un puente entre los años 70 y la actualidad, justo ahora que a Madrid, que para todos los que no nacimos aquí representa una ciudad llena de oportunidades a la que vinimos con muchas ansias de vivir, le han robado ese cielo de colores por culpa del infantilismo político que gobierna la ciudad y no nos deja bailar en paz.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Kbyo
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6
30 de octubre de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace poco una amiga comentaba en redes sociales que Christopher Nolan estaba creando un público cinéfilo cada vez más chungo: un espectador al que solo le interesa la carambola máxima, el número de vueltas que da la trama en un juego donde la forma es más importante que el fondo. Es el mantra de Nolan. Así lo ha dejado claro en cada una de sus películas, refinando cada vez más la técnica hasta llegar a la locura de Tenet: rodar a velocidad inversa para que todos digamos: “oh qué difícil, seguro que nos está contando algo bueno”. Pues no. Yo no he venido al cine a jugar a un escape room, he venido a ver una película. El grado de dificultad para colocar las piezas en el orden correcto no tiene relación directa con lo bueno o malo que sea el contenido de la película. Y si lo único que tiene de original una película se reduce a esta técnica, que encima es más vieja que la tos, apaga y vámonos.

La Maldición de Bly Manor está infectada por este Nolanismo cinematográfico. Es una pena porque de los nueve capítulos que tiene la serie, solo en los cuatro últimos empieza a recurrir al Nolanismo para intentar despistarnos y hacernos pensar que La Maldición de Bly Manor nos está contando cosas más trascendentales de lo que realmente son. Y digo que es una pena porque la serie apuntaba hacia lugares más interesantes. En un momento dado parece asomarse al maltrato psicológico en una relación tóxica vista desde una perspectiva de terror. Pero no. También sugiere un par de apuntes sobre lo que podría ser heredado o adquirido en este tipo de violencia machista. Pero tampoco.

Existen muchos destellos de genialidad en La Maldición de Bly Manor pero ninguno consigue deslumbrarnos como lo hizo la primera temporada de la serie. En esta segunda entrega, también se cuenta con un camino narrativo propio pero no conduce a ninguna parte. Un poco como los propios protagonistas condenados a repetir la misma historia una y otra vez, casi con los mismo roles, a través de varias generaciones que cometen los mismos errores. Pero La Maldición de Bly Manor no desarrolla estas historias, no las culmina, las abandona para seguir alimentando su obsesión por intrigar al espectador.

A pesar de todo, entiendo la insistencia de Mike Flanagan -creador de la serie- de teñir de trascendental la historia de La Maldición de Bly Manor, porque aunque no le salga del todo bien, la serie viene a contarnos cosas que solo alguien que ha sufrido la misma pérdida que la narradora entenderá lo tétrico de una historia de amor que se ha convertido en una historia de fantasmas.
Kbyo
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7
1 de octubre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los primeros recuerdos que tengo sobre libros que me dejaron tocado de pequeño fue cuando leí el Diario de Ana Frank. Lo descubrí cuando en clase de Lengua leímos un extracto del libro para comentar algo sobre él. No me podía creer que nadie me hubiera contado la historia de Ana. Nadie de mi familia. Nadie de mis amigos. Nadie en el colegio.

Total que encargué a mi padre que pasara por una librería cercana y comprara el libro. Los siguientes días me los pasé inmerso en la vida de Ana Frank. Leía sin parar hasta que me terminé el libro. Lo que más me llamó la atención es cómo los personajes -personas más bien- podían llevar una vida encerrados en casa sin contacto con el exterior y asustados de todo lo que estaba pasando fuera. Era una pesadilla vivir así.

La cuestión es que me identifiqué mucho con ella. Quizás por lo confusa que se sentía con la extraña atracción hacia su amiga. Quizás porque sentía que el mundo le debía mucho a Ana Frank ya que no pudimos verla crecer y disfrutar de lo que serían sus textos de mayor. Pero lo que más me sorprendía de todo era como parecía que el mundo había enterrado su recuerdo. Un drama tan grande. Cómo se había recuperado el mundo/ su ciudad/ su familia, de un trauma así. No lo entendía. Años más tarde cuando empecé a estudiar Historia en el colegio entendí que le había pasado a Ana Frank.

Netflix distribuye una serie alemana, Unorthodox, que habla de esto. Habla de superar el trauma pero no enterrarlo. Porque quizás ahí está la clave del éxito. La clave del éxito para seguir levantándonos por la mañana. En una conversación entre la protagonista, una chica que viene huyendo de una comunidad judía ultraortodoxa de Nueva York, y un chico que conoce nada más llegar a Berlín, el lugar donde se refugia. El chico le explica que el lago donde se van a bañar fue el lugar donde se planeó el exterminio judío por parte de los nazis. La chica le contesta que cómo se bañan allí. Que menuda poca vergüenza por su parte. Pero el le responde que el lago es un lago y que qué culpa tiene el lago.

Con tan solo cuatro capítulos Unorthodox cierra el círculo del trauma judío del Holocausto. La serie coloca a una chica que huye de su propia comunidad judía, en el Berlín actual, centro del drama histórico de esa misma comunidad. Como si los maricas nos vamos a vivir a Chechenia, vamos. La huida hacia adelante de Esty, la protagonista, es la base de Unorthodox. La serie no quiere contarnos nada más. Solo eso. Que ya es bastante. Porque lo que nos enseña Unorthodox es cómo en esa huida hacia adelante Esty conoce a otras personas que han quitado importancia, o más bien colocado en otro lugar, los hechos sobre los que ella ha montado las bases de su vida tanto tiempo.

Pero hay muchas temas transversales en Unorthodox. No solo este. Daría para mucho hablar de ellos. Y esto es posible porque la directora, gracias sobre todo a los actores, ha construido un pequeño microuniverso tan real que lejos de ser una serie de ficción al uso parece que miramos a través de un agujero lo que pasa en el barrio de Williamsburg.

Hace ocho años viajé a Ámsterdam y visité la casa de Ana Frank. No era nada parecido a lo que me había imaginado leyendo el libro. También es verdad que estando vacía la casa es difícil recrear como fue aquello. Por mucho que la visita lo intente. Tampoco había como grandes indicaciones sobre dónde estaba la casa de Ana. Me quedé pensando en aquellos días de pequeño después de leer el Diario de Ana Frank y en cómo lo había puesto en primer lugar en mi vida. Luego salimos de la casa y nos dirigimos a un coffee shop a fumar. Ámsterdam estaba a tope y la vida seguía afuera.

http://jose-cabello.com/offtheraccord/y-el-mundo-marcha/
Kbyo
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