Una película animada de buen ritmo es la que nos entrega el director húngaro Gyorgy Kovasznai, innovadora y hasta algo frenética en su aspecto visual, sobre todo si pensamos que fue producida a fines de la década de los ochenta, arriesgándose con algunos aspectos de su contenido que constituyen al mismo tiempo sus puntos más altos y aquellos que también la hacen flaquear y la alejan de ser una obra perfecta.

Dentro de estos aspectos destacan la paleta de colores empleada, las mezclas de elementos formales de su animación, voces tremendamente expresivas, música que no cesa en ningún momento y que incluye canciones de ritmos disonantes que son fiel reflejo de la disonancia del film y de la naturaleza brillante y neurótica de sus protagonistas.

Ahora bien, ¿cuál es su argumento?

Poco importa, en realidad, pero habrá que quedarse con lo señalado en las escasas reseñas que hablan de un hombre que, temeroso de su inminente matrimonio, llega hasta el departamento de una mujer que tiene también otros miedos e inseguridades que comienzan de pronto a exponer sin mayores tapujos.

Desde este centro argumental, sin embargo, la película se desborda hacia otros temas más amplios, que buscan dar cuenta de ciertos aspectos de la naturaleza humana sin duda más trascendentes y amplios.

Genial por momentos, ambiciosa, innovadora, pero también desmedida, Bubble Bath es un film que bien puede constituirse como una película de culto por sus grandes aciertos y particularidades, pero que dista de ser una obra perfecta, pues su genialidad es tan atractiva como desprolija, y la luz que arroja, en definitiva, solo termina por alumbrar aspectos de sí misma, dificultando una conexión profunda con las temáticas en que se sumerge y/o chapotea.

La primera de las películas que descubro en la plataforma Mubi y a cuyas canciones, estoy seguro, volveré prontamente, sin entender (ni querer entender, por cierto), la raíz racional de aquella atracción, demasiado reciente para definir y explicar, de mejor forma.

6,9 o 7,1 /10

Ripstein es un cineasta de excesos. Podría detallar y entretenerme en ello, pero prefiero (esta vez) quedarme solo con esa afirmación. En el caso de esta película, sin embargo, el exceso está dado por los ribetes de la historia más que por la forma que esta adopta a manos del director mexicano. Y es que la inquisición, por supuesto, parece ser a priori una manifestación certera del espíritu mismo del exceso, si es que aquello es posible más allá de la aparente contradicción que suscitan esas palabras.

Más allá de ello, sin embargo, la película nos muestra la fe misma como otro desborde, a partir del cual el comportamiento humano se revela siempre proclive a lo desmedido y destemplado.

Así, con un ritmo aparentemente lento y pausado, la narración es llevada de buena forma, utilizando frases sacadas de los procedimientos de la época que han sobrevivido hasta nuestros días. Esto último, que si bien es cierto le da un soporte sólido al argumento, es también uno de los elementos que dificulta que los diálogos del film lleguen de forma más fluida hasta los espectadores, transformando, por momentos, a esta obra, en una película que ofrece para el público masivo, ciertas dificultades para seguir su desarrollo.

No obstante lo anterior, la obra sabe construir una atmósfera adecuada para el desarrollo de las acciones, que son dirigidas hacia un final bien construido, sobre todo desde la puesta en escena de sus últimas secuencias, que dan cuenta de un arduo trabajo por reproducir fielmente la realidad histórica y el comportamiento social que llega hasta nosotros a partir de diversos documentos que el director y quienes trabajaron con él, sin duda han tenido en cuenta.

Una buena película, en resumen. Sólida. Excedida desde las creencias y las normas que buscan ser fieles a la grandeza de esa fe. He ahí exceso.

6,6 o 6,8 /10