Es toda una montaña rusa de emociones contadas de una forma magistral. Todos los personajes están perfilados con un cuidado exquisito y son capaces de llevarte por una historia y unos caminos que no dejan de sorprender y emocionar.

El director te va adentrando en la historia poco a poco y cuando te has puesto cómodo empieza a sacudirte una y otra vez hasta dejarte exhausto y dándote poco tiempo a largas recuperaciones. Y sin embargo todo fluye con una naturalidad asombrosa, no hay atropellos, todo ocurre cuando tiene que ocurrir y no antes, aunque lo haga estallándote en la cara. Tu cabeza y tu corazón van saltando de la razón a la emoción y entras en un torbellino del que no quieres salir.

Se nos enseña a la pareja, el final de las relaciones, el principio de otras, el papel que juegan los hijos en ellas y en la vida, el como los adultos pueden volverse egoístas hasta límites insospechados, el como los hijos son egoístas hasta límites insospechados, las relaciones de amistad, el amor, el odio, el rencor, la venganza, la culpa, las discusiones apasionadas, las reacciones irracionales y feroces, las reflexiones racionales, las heridas no cicatrizadas, las cosas no dichas en su momento, la falta de sentido de decirlas después, el sentido de decirlas después, el saber decir las cosas, el dialogar, el saber rectificar, la importancia de pedir perdón… se nos enseña, en definitiva, la vida con todas sus posibilidades.

Hacía mucho que una película no me tocaba tanto. Desde que vi en en el Festival de San Sebastián “La Herida” de Fernando Franco para ser exactos. Y “Le Passé”, si cabe, lo ha hecho más y más hondo.

Al final te quedas totalmente acongojado y con un nudo en la garganta (o llorando a moco tendido directamente, eso ya depende del pudor de cada uno) mirando esas manos entrelazadas del último plano, igual que mirabas las manos de Meryl Streep en los Puentes de Madison mientras sujetaban con todas sus fuerzas la puerta de esa camioneta…

Los que esperen morbo se han equivocado, los que esperen amor que pasen y vean.
La cinta narra la historia de Genesis Breyer P-Orridge, artista pionero de la música industrial, y Lady Jaye, su compañera artística y sentimental que terminará implicándose en el arte de acción y la exploración teatral de la identidad.
Lo que de verdad nos engancha es la aproximación que hace Losier a su extraordinaria historia de amor. Cómo ese enamoramiento feroz que ellos sienten hace que solo quieran consumir a la otra persona y no ser más seres individuales sino uno solo, por lo que no dudan en transformar sus cuerpos y así parecerse lo más posible el uno al otro. Para combinar sus dos identidades y crear una tercera identidad que los aglutine, surge lo que ellos definen como “pandroginia”, que pretende eliminar las dualidades en las que se el ser humano se ve atrapado. Todo esto, que empieza siendo algo desconcertante, termina mostrándonos una nueva dimensión del amor y una nueva forma de entender la vida.
El documental nos cuenta cómo entienden ellos el amor y qué significa ese amor para ellos en sus vidas. De hecho lo que transmite es que ese amor es su vida y sin él estarían perdidos, y de ahí nace la “obsesión” de querer ser el otro, de querer devorar al otro. Lo que llama la atención es que todo ese afán por convertirse en un solo yo, se hace desde el más absoluto respeto hacia el otro y sin querer anular su individualidad y aquello que le hace único. Parece contradictorio pero no lo es. Ese nuevo ser es la unión de lo mejor de sus dos individualidades y del inmenso amor que profesan el uno por el otro. Y eso es lo que hace que la historia sea aún más grande.
Todo esta transformación de dos seres en uno solo se entremezcla con las actividades artísticas que ambos desarrollan, que van desde la música a la escritura, pasando por el cabaret, el teatro, las perfromance…y como las comparten y viven.
Documental que no deberían perderse aquellos a los que les gusta la exploración de la identidad, el arte y el amor.

Con la excusa de un joven que quiere rodar un corto de ciencia ficción con un actor del que nadie ya se acuerda, a pesar de haber rodado 106 películas, el director perpetra una cinta insufrible con cientos de guiños desde Almodóvar a Bruce Lee passando por Chuck Norris y Harry el sucio. Ahí es nada.

En cuanto al fondo poco dice aunque lo pretende. Hay que vivir el momento, siempe llega una última oportunidad, la dignidad del ser humano es elegir como morir....vamos, una amalgama de típicos tópicos que ni conmueven ni emocionan. Todo ello con una banda sonora que estorba más que apoyar los momentos "mágicos" de la película.

Y la forma, ay madre!!!! Primerísimos planos mezclados con medios plano, pasando a veces por el primer plano, todos ellos sin sentido ni ritmo, en riguroso blanco y negro salpicado con gotitas de color.

En resumen, un potaje de todo para llegar a nada.

Este documental es la vuelta de Hiroshi Teshigahara tanto a la dirección, después de un parón de 12 años, como a este género, al que casi no se había dedicado desde sus inicios, allá por los años 50.

Teshigahara nos adentra en la obra del gran arquitecto del modernismo catalán de una forma natural, pausada y sin estridencias, comenzando por mostrarnos los grandes pilares en los que se inspiran sus obras: la naturaleza, el románico catalán y su tierra, Cataluña. Estos grandes temas se irán intercalando a lo largo del recorrido por sus edificios más emblemáticos de Barcelona. No hay voz en off que explique nada, salvo una brevísima entrevista a Isidre Puig Boada, y la cámara se limita a mostrar los edificios y los espacios creados por Gaudí, acompañada por una música que los envuelve, dejando que éstos se expliquen por sí mismos. El director de La mujer de la arena (Suna no onna, 1964) utiliza larguísimos travellings para ir acercándose a los edificios y así adentrarse en sus recovecos, casi acariciándolos con la cámara en cada una de sus curvas, tan características de la arquitectura de Gaudí. Es capaz de filmar los espacios arquitectónicos con la naturalidad del ojo que los observa y recorre y los dota de una calidez increíble, consiguiendo salvar la dificultad que entraña este tipo de filmaciones, que suelen pecar de frías y distantes.

Así podemos pasear plácidamente por la Casa Batlló, la Pedrera, los Pabellones y el Parque Güell y el Colegio teresiano, entre otros, para finalizar, como no podía ser de otra manera, en el espectacular Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Solo nos queda desearles un buen viaje.