Espectacular y salvaje thriller que proviene de Corea del Sur donde últimamente está saliendo una hornada de talentosos cineastas como es el caso de Kim Ji-woon (ya se está moviendo en los platós hollywoodienses).
Sin entrar en comparaciones con otros films como Seven, Zodiac o, incluso, Saw en su vertiente más gore. Este film se disfruta de principio a fin con una puesta en escena que fascina por su combinación entre lo poético y lo brutal, lo pausado y lo frenético y las impactantes secuencias en las que se enfrentan los protagonistas hasta la culminación final.
No se busca ningún tipo de perdón ni efecto redentor, no hay concesiones ni sentimentalismos, sólo se busca la venganza perfecta. Infligir el mayor dolor posible sin importar los medios para conseguirlo ni las consecuencias de dicho castigo.

Revestida de falso documental y rodeada de una atmósfera un tanto inquietante donde se respira un aire de sumisión y de cuestionable libertad física y moral, encontramos en The Sacrament un idealizado aunque en parte ambiguo retrato de lo que debe ser una comuna así como de la figura del magnético y manipulador líder de una secta.

Otros films también han tratado de plasmar esta temática desde otros prismas y puntos de vista diferentes como el religioso en la violenta Red State o desde un punto de vista más misterioso y sobrenatural como en El bosque.

Ti West busca darle más veracidad y realismo a la historia basándose en un hecho real y utilizando subgéneros de documental como es éste del material encontrado y lo consigue hasta cierto punto. De todas formas, sí que es cierto que te transporta a un mundo incómodo en el que no deseas estar y del que quieres salir cuanto antes, diseña la figura del líder como alguien tan vulnerable como poderoso, con tanta palabrería como magnético y alguien que te fascina, pero con quién no sientes empatía ni entiendes sus principios.

Así pues, desde el preciso instante en que los tres reporteros acceden al misterioso recinto cámara en mano, se crea una tensión que se palpa en cada esquina de cada cabaña e impide que el espectador pueda bajar la guardia en ningún momento.

Vertiginoso espectáculo es el que nos brinda el creador de esta magnífica saga. Uno espera ver acción a raudales y escenas trepidantes encabezadas por un revitalizado Max en la piel de Tom Hardy, pero Miller va dos pasos por delante de nuestros pensamientos y nos ofrece un auténtico circo de la velocidad combinado con un look absolutamente grotesco que nos soprende y nos sube la adrenalina de forma desmesurada. Esta cinta no se anda con rodeos, ha cogido lo mejor y más potente de sus predecesoras, ha juntado a su personaje principal con otros personajes con mucha fuerza (como es Imperator Furiosa) y con una trama sencilla y carente de excesivas explicaciones, le ha dado al público lo que quiere: FUEGO Y SANGRE.
Sin duda es MAD MAX: FURY ROAD una de las pelis de acción del año y no defraudará ni a los que ya crecimos con estos violentos de la carretera en los 80 ni a los prefieren los nuevos cánones del cine de acción actual.

Film demasiado mediocre, previsible y, en ocasiones, grotesco. Sintiéndome atraído por un trailer de cinco minutos musical y magistralmente montado que actúa como perfecto gancho comercial para fans tanto de lo visual como de lo clásico y para fans esperanzados con que esos creadores de Matrix vuelvan a sorprender al espectador como ya hicieron cuando revolucionaron la ciencia ficción, me puse aver este atlas de geografía temporal inconexa y llena de matices sobreexplotados y supe, a los 30 o 40 minutos de metraje, que estaba cometiendo un error.
Este pastiche de historias que pretenden mantener un ritmo trenético y pausado al mismo tiempo no sólo se intercalan que no interconectan rápidamente, es que llegan a solaparse.
No empatizas con los personajes ya sea por el poco tiempo que permanecen en pantalla como por lo predecible de sus historias. Por momentos, me he imaginado a Tom Hanks en un duelo de disfraces con el mismísimo Eddie Murphy desechando cualquier emoción dramática en la historia.
Puede que el último tramo del film toque un poco la fibra sensible del espectador a través de la música y de recalcar esa idea de que nuestras futuras acciones marcan a posteriores generaciones, pero no es necesario aguantar dos soporíferas horas previas para alcanzar esa reflexión.

Cuando oí decir recientemente a Ang Lee que la novela en que se basa la película era inadaptable, no se echaba ningún farol. Pero este agudo cineasta puede con todo y ha sido capaz de plasmar esta increíble historia llena de sacrificio, esperanza y fe.
La primera parte del film sirve para empatizar con los personajes y sus creencias tanto culturales como religiosas que subyacen latentemente a lo largo de todo el film.
Luego y, a partir del naufragio, es cuando el cineasta se remanga la camisa y le saca mayor partido a la historia con unas proezas técnicas y visuales que son un auténtico portento cinematográfico. Sabe como mantener los ojos y demás sentidos del espectador en constante alerta como si tuvieran un tigre de bengala a su mismo lado.
Es en esa combinación entre la fuerza de la historia y el poderío visual para mostrarla en donde se halla el éxito del film y se acaba con todas las dudas y todo el escepticismo de quien no ha leído la novela y piensa que el proyecto va a naufragar como nuestro sufrido Pi. Así pues, La vida de Pi va a levantar mucha fascinación y muchos elogios por parte del público en general. Puede que Richard Parker reciba este año tantos premios como el año pasado lo hizo el simpático Uggie (The artist).