23 de diciembre de 2010
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Me encuentro entre los que sienten debilidad por las viejas películas de horror de la Hammer. Especialmente por las que dirigió Terence Fisher, un artesano que supo dotarlas de cierto aura especial. Drácula, Príncipe de las tinieblas... enésima reanimación del inicuo Conde que atesora algunas de las mejores bazas de este cine singular; cuatro víctimas propicias que se adentrarán dócilmente en la guarida del depredador; un siniestro cochero/mayordomo; el magnífico e inquietante castillo (que curiosamente a mí se me antoja de lo más acogedor); las voluptuosas féminas; Ludwig (remedo del Renfield original) perturbado servidor del conde; y un particular Van Helsing con hábitos de monje... el belicoso y decidido padre Sandor.
Bermejo cóctel con el rancio aunque exquisito sabor amontillado de la casa Hammer, para paladear a gusto y no sin cierto gesto condescendiente, necesario para digerir esa ingenuidad perversa tan propia de los films de la productora británica. Uno de sus mayores encantos.
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