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Voto de mnemea:
8
7.3
26,342
Drama
En 1941, Barton Fink viaja a Hollywood para escribir un guión sobre el luchador Wallace Berry. Una vez instalado en el Hotel Earle, el guionista sufre un agudo bloqueo mental. Su vecino de habitación, un jovial vendedor de seguros, trata de ayudarlo, pero una serie de circunstancias adversas hacen que se sienta cada vez más incapaz de afrontar su trabajo. (FILMAFFINITY)
11 de marzo de 2010
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Underwood es la máquina de escribir que Barton Fink utilizaba para dar vida a sus conocidas obras de teatro. Underwood es la que acompañó a este autor en su camino a Hollywood para reproducir su éxito en el cine.
Abrió la caja y nos mostró su mayor esplendor y mejor aspecto, una máquina muy usada, dispuesta para mantener esa relación tan íntima con aquel que decide escribir con ella, pieza indispensable para que el éxito encerrado en la mente de Barton se materialice para la tranquilidad de sus nuevos dueños, los productores que querían hombres en calzones en pantalla.
El traqueteo de las teclas que forma el ritmo de la respiración, la tinta que ensucia los dedos al separar las varillas enredadas en el centro, el papel que se acomoda alrededor del cilindro, el "clin" que avisa sobre el fin de una línea a la espera de aplicar la palanca para comenzar una nueva. Una relación personal e intransferible que se traduce en la parte más importante del sistema creativo, cuanto más sonora es la participación de la máquina, mayor es el riego de ideas que fluye constante por la mente de nuestro creador, es la certeza de una historia que avanza sin problemas.
Pero el sonido no llega a la habitación contigua en ese hotel en el que en cada puerta duerme un par de zapatos distintos. Encontramos a Barton inerte frente a su máquina Underwood, en una relación fría y obsoleta, sin comunicación, sin inspiración, marchitando las historias en este nuevo camino.
La desolación de quien mira el papel blanco y no sabe por dónde empezar a escribir.
Desde el dormitorio contiguo llega el hombre afable y sonriente dispuesto a recordar pequeñas partes de su vida para colaborar, pero no consigue escucharle bien, una mujer se transforma lentamente en musa durante la búsqueda de esa frescura perdida, pero no la ve con claridad, un productor le adora como un nuevo mesías al que dejar que cree algo fantástico que deslumbre por sí solo, pero dejó de oler el éxito en algún momento. Así difumina cada personaje que se cruza en su camino, mientras las paredes caen por el calor y el silencio y las miradas perdidas se suceden en una tormenta ilusoria. El castigo de todo escritor, dejar de comunicarse con su Underwood.
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Abrió la caja y nos mostró su mayor esplendor y mejor aspecto, una máquina muy usada, dispuesta para mantener esa relación tan íntima con aquel que decide escribir con ella, pieza indispensable para que el éxito encerrado en la mente de Barton se materialice para la tranquilidad de sus nuevos dueños, los productores que querían hombres en calzones en pantalla.
El traqueteo de las teclas que forma el ritmo de la respiración, la tinta que ensucia los dedos al separar las varillas enredadas en el centro, el papel que se acomoda alrededor del cilindro, el "clin" que avisa sobre el fin de una línea a la espera de aplicar la palanca para comenzar una nueva. Una relación personal e intransferible que se traduce en la parte más importante del sistema creativo, cuanto más sonora es la participación de la máquina, mayor es el riego de ideas que fluye constante por la mente de nuestro creador, es la certeza de una historia que avanza sin problemas.
Pero el sonido no llega a la habitación contigua en ese hotel en el que en cada puerta duerme un par de zapatos distintos. Encontramos a Barton inerte frente a su máquina Underwood, en una relación fría y obsoleta, sin comunicación, sin inspiración, marchitando las historias en este nuevo camino.
La desolación de quien mira el papel blanco y no sabe por dónde empezar a escribir.
Desde el dormitorio contiguo llega el hombre afable y sonriente dispuesto a recordar pequeñas partes de su vida para colaborar, pero no consigue escucharle bien, una mujer se transforma lentamente en musa durante la búsqueda de esa frescura perdida, pero no la ve con claridad, un productor le adora como un nuevo mesías al que dejar que cree algo fantástico que deslumbre por sí solo, pero dejó de oler el éxito en algún momento. Así difumina cada personaje que se cruza en su camino, mientras las paredes caen por el calor y el silencio y las miradas perdidas se suceden en una tormenta ilusoria. El castigo de todo escritor, dejar de comunicarse con su Underwood.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
De repente te acuerdas de los Coen, los cuidados personajes, los escenarios que hablan un lenguaje propio, un cambio de registro repentino mientras avanza la película que cambia la historia por completo, el más duro infierno que somete la creatividad de cualquiera, y por fin, el reencuentro, máquina y escritor convertidos en uno solo, la decadencia inspiradora que crea las mejores obras y que nunca darían el resultado esperado por los dueños de Barton, pero que lo dice todo sin conocer una sola palabra de su contenido.
Por ello reivindico a Underwood, la máquina de escribir, como un personaje más en esta historia, porque demuestra que en ocasiones es difícil enfrentarse a tu más querido elemento, necesitas que todo se trastorne hasta límites extremos para poder activar de nuevo esa chispa que despierta poco a poco la genialidad oculta.
Por ello reivindico a Underwood, la máquina de escribir, como un personaje más en esta historia, porque demuestra que en ocasiones es difícil enfrentarse a tu más querido elemento, necesitas que todo se trastorne hasta límites extremos para poder activar de nuevo esa chispa que despierta poco a poco la genialidad oculta.