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Voto de Chris Jiménez:
9
7.8
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Aventuras. Acción
Año 1936. Indiana Jones es un profesor de arqueología, dispuesto a correr peligrosas aventuras con tal de conseguir valiosas reliquias históricas. Después de una infructuosa misión en Sudamérica, el gobierno estadounidense le encarga la búsqueda del Arca de la Alianza, donde se conservan las Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés. Según la leyenda, quien las posea tendrá un poder absoluto, razón por la cual también la buscan los nazis. (FILMAFFINITY) [+]
12 de marzo de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abandonando EE.UU. y sobrevolando el Nepal, un hombre se adentra en las lejanas y misteriosas tierras de El Cairo, con una gran ambición como motor de su valentía.
Contra todos los enemigos posibles, entre tumbas polvorientas, desiertos infinitos e islas perdidas, sin miedo y sin vergüenza, Jones nunca se dará por vencido...
Hacia el final, el aborrecible Belloq desafía al aventurero, de pie sobre una roca y con un lanzacohetes en la mano, y acariciando el lomo del Arca le grita " "Indiana", nosotros solo pasamos por la Historia. Esto...esto es Historia". Y eso mismo sucedería en la realidad inversa; si por casualidad algún insensato pretendía quejarse o dudar del proyecto de "En Busca del Arca Perdida", tanto Spielberg como Lucas habrían respondido con la misma arrogancia que el villano con el traje blanco merengue. En efecto esto era un sueño, el del segundo al invadirle la nostalgia en forma de los recuerdos que conservaba de aquellas sagas de películas y series de televisión de aventuras a las cuales era asiduo en su niñez.
De todos modos era una fecha muy temprana, recién acabada "American Graffiti", cuando la idea de una peripecia por el Espacio ni siquiera había tomado forma en su cabeza. De esas enormes producciones de Hollywood que habitualmente tanto y tanto necesitan para madurar, la de "El Arca" pasaría por conceptos, sugerencias, negativas y vueltas atrás hasta que Spielberg entró en juego tras el abandono de Philip Kaufman para el rodaje (que él pensó que realizaría) de "El Fuera de la Ley". El hábil Lawrence Kasdan reúne y modela todas las ideas y escenarios.
Hay un héroe ya establecido: un ladrón de tesoros que responde al sobrenombre de "Indiana", y el guionista crea una dimensión gigantesca de aventura a partir del objeto clave de la historia, imaginado por Kaufman: el Arca de la Alianza bíblico donde supuestamente se guardaron las tablas de los Doce Mandamientos. Escuchando este batiburrillo de elementos lo primero que nos imaginamos es uno de esos films de serie "B" mal escritos, perfectos para ocupar alguna tarde del sábado...y así es. Ni Lucas, ni Spielberg, ni Kasdan pensaron en otra cosa, y la razón está clara: que tales films son entretenidos. ¿Quién necesita más?
Basta con prestar atención al más o menos primer cuarto de hora. Estamos inmersos en la espesa selva peruana a finales de los '30, y una silueta espigada pero firme como una roca observa una cascada. Sombrero de fieltro, chaqueta de cuero marrón A-2, pantalones del ejército y un látigo enrollado en la cintura; Harrison Ford muestra su rostro sudado y en tensión tras arrebatar el revólver a un enemigo...imagen sucia y desfasada, pero icónica, imagen de un aventurero de tomo y lomo. Este prólogo es sólo una complicada misión, ya empezada, para recuperar una estatuilla de oro de un templo subterráneo donde se amontonan los cadáveres entre trampas, bichos y hojas muertas. Y una bola de piedra rodando.
Pocas veces tuvo un héroe cinematográfico tal memorable introducción, y en su desarrollo se establecerán, adrede, todos los ingredientes que hasta el final caracterizarán la película, incluido (porque si no esto no es una de aventuras) esa némesis que vive pegado como una lapa a las espaldas del anterior; Paul Freeman en su Belloq produce una sensación entre el asco y el patetismo, y ahí, sobre su frente, se puede leer en letras grandes "Voy a morir al final", porque es lo que el público desea nada más verle y Spielberg sabe que debe contentarle. De todo este cuarto de hora lo esencial es: una progresión de ritmo y tensión creciente, hasta un explosivo colofón que aúne violencia (demasiada; esto no es para niños ni mucho menos) y humor.
Así concebirán los artífices de "Star Wars" y "Tiburón" cada instante en que Jones se vea en apuros: como la secuencia de acción no sólo más importante de la película, ni de sus respectivas carreras, sino de la Historia del cine. ¿Y quién es él en realidad? Un maldito profesor de la universidad, más patoso que aventurero, que tiene locas a sus alumnas (anacronismo puro: yo veo en esa clase, en efecto, a las chicas de 1.981, con sus jerseys de colores y peinados retro). El originalmente elegido Tom Selleck no habría sido capaz de derrochar el carisma, la dureza y la ingenuidad soñadora, todo a la vez, que desprende Ford.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Todo este despliegue de medios, el presupuesto, el exceso de problemas con el equipo (Ford tuvo que hacer frente a una disentería aguda...y gracias a eso nos regaló uno de los más divertidos "gags" del cine), las numerosas localizaciones, los accidentes, todo fue bien amortizado y Spielberg cumplió con los productores, quienes empezaban a sospechar de él tras el fracaso de "1.941" y los retrasos de "Encuentros en la Tercera Fase". El Mesías de Hollywood volvió reinventando un género que se creía extinto y convirtiéndolo en una de las principales referencias de aquellos comenzados '80.
Ford, gracias a Han Solo y Jones, pasó a ser un reflejo nostálgico de los tipos ya interpretados por Cooper, Wayne, Bogart, Gable o Heston antes que él: los intrépidos, algo despiadados y ambiciosos, pero leales y románticos de toda la vida, de pura cepa. Este sería el héroe de la era moderna a imitar, el que, al fin y al cabo, todos los que descubrimos de niños o adolescentes, independientemente de la época, quisimos ser...
Contra todos los enemigos posibles, entre tumbas polvorientas, desiertos infinitos e islas perdidas, sin miedo y sin vergüenza, Jones nunca se dará por vencido...
Hacia el final, el aborrecible Belloq desafía al aventurero, de pie sobre una roca y con un lanzacohetes en la mano, y acariciando el lomo del Arca le grita " "Indiana", nosotros solo pasamos por la Historia. Esto...esto es Historia". Y eso mismo sucedería en la realidad inversa; si por casualidad algún insensato pretendía quejarse o dudar del proyecto de "En Busca del Arca Perdida", tanto Spielberg como Lucas habrían respondido con la misma arrogancia que el villano con el traje blanco merengue. En efecto esto era un sueño, el del segundo al invadirle la nostalgia en forma de los recuerdos que conservaba de aquellas sagas de películas y series de televisión de aventuras a las cuales era asiduo en su niñez.
De todos modos era una fecha muy temprana, recién acabada "American Graffiti", cuando la idea de una peripecia por el Espacio ni siquiera había tomado forma en su cabeza. De esas enormes producciones de Hollywood que habitualmente tanto y tanto necesitan para madurar, la de "El Arca" pasaría por conceptos, sugerencias, negativas y vueltas atrás hasta que Spielberg entró en juego tras el abandono de Philip Kaufman para el rodaje (que él pensó que realizaría) de "El Fuera de la Ley". El hábil Lawrence Kasdan reúne y modela todas las ideas y escenarios.
Hay un héroe ya establecido: un ladrón de tesoros que responde al sobrenombre de "Indiana", y el guionista crea una dimensión gigantesca de aventura a partir del objeto clave de la historia, imaginado por Kaufman: el Arca de la Alianza bíblico donde supuestamente se guardaron las tablas de los Doce Mandamientos. Escuchando este batiburrillo de elementos lo primero que nos imaginamos es uno de esos films de serie "B" mal escritos, perfectos para ocupar alguna tarde del sábado...y así es. Ni Lucas, ni Spielberg, ni Kasdan pensaron en otra cosa, y la razón está clara: que tales films son entretenidos. ¿Quién necesita más?
Basta con prestar atención al más o menos primer cuarto de hora. Estamos inmersos en la espesa selva peruana a finales de los '30, y una silueta espigada pero firme como una roca observa una cascada. Sombrero de fieltro, chaqueta de cuero marrón A-2, pantalones del ejército y un látigo enrollado en la cintura; Harrison Ford muestra su rostro sudado y en tensión tras arrebatar el revólver a un enemigo...imagen sucia y desfasada, pero icónica, imagen de un aventurero de tomo y lomo. Este prólogo es sólo una complicada misión, ya empezada, para recuperar una estatuilla de oro de un templo subterráneo donde se amontonan los cadáveres entre trampas, bichos y hojas muertas. Y una bola de piedra rodando.
Pocas veces tuvo un héroe cinematográfico tal memorable introducción, y en su desarrollo se establecerán, adrede, todos los ingredientes que hasta el final caracterizarán la película, incluido (porque si no esto no es una de aventuras) esa némesis que vive pegado como una lapa a las espaldas del anterior; Paul Freeman en su Belloq produce una sensación entre el asco y el patetismo, y ahí, sobre su frente, se puede leer en letras grandes "Voy a morir al final", porque es lo que el público desea nada más verle y Spielberg sabe que debe contentarle. De todo este cuarto de hora lo esencial es: una progresión de ritmo y tensión creciente, hasta un explosivo colofón que aúne violencia (demasiada; esto no es para niños ni mucho menos) y humor.
Así concebirán los artífices de "Star Wars" y "Tiburón" cada instante en que Jones se vea en apuros: como la secuencia de acción no sólo más importante de la película, ni de sus respectivas carreras, sino de la Historia del cine. ¿Y quién es él en realidad? Un maldito profesor de la universidad, más patoso que aventurero, que tiene locas a sus alumnas (anacronismo puro: yo veo en esa clase, en efecto, a las chicas de 1.981, con sus jerseys de colores y peinados retro). El originalmente elegido Tom Selleck no habría sido capaz de derrochar el carisma, la dureza y la ingenuidad soñadora, todo a la vez, que desprende Ford.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Todo este despliegue de medios, el presupuesto, el exceso de problemas con el equipo (Ford tuvo que hacer frente a una disentería aguda...y gracias a eso nos regaló uno de los más divertidos "gags" del cine), las numerosas localizaciones, los accidentes, todo fue bien amortizado y Spielberg cumplió con los productores, quienes empezaban a sospechar de él tras el fracaso de "1.941" y los retrasos de "Encuentros en la Tercera Fase". El Mesías de Hollywood volvió reinventando un género que se creía extinto y convirtiéndolo en una de las principales referencias de aquellos comenzados '80.
Ford, gracias a Han Solo y Jones, pasó a ser un reflejo nostálgico de los tipos ya interpretados por Cooper, Wayne, Bogart, Gable o Heston antes que él: los intrépidos, algo despiadados y ambiciosos, pero leales y románticos de toda la vida, de pura cepa. Este sería el héroe de la era moderna a imitar, el que, al fin y al cabo, todos los que descubrimos de niños o adolescentes, independientemente de la época, quisimos ser...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Por otra parte, y a modo personal, considero el tramo en que aparecen esos dos divertidos miembros de Inteligencia como el mejor, narrativamente hablando, de toda la película. A pesar de que se nos destripa todo lo que tenemos que saber, de la raíz a las puntas, para situarnos en la trama; ¿con qué intención?, pues para ir con la lección aprendida.
A Lucas/Kasdan le preocupan tanto los enigmas como a Spielberg la salud e integridad de los actores a la hora de someterlos a escenas de acción...es decir, nada. El Arca como lo que se debe recuperar y el ejército nazi como fantasía del director, que es judío, para figurar todo un imperio del Mal (en respuesta al dominado por Darth Vader en la "space opera" de su colega).
A poco de ser armado el viaje el público se percatará de que aquí falta la presencia de una dama (porque si no esto no es una de aventuras). Por suerte el guión no la traerá a mitad de la historia cayendo en trampas tópicas, pues si algo hacen bien Kasdan, Lucas y Spielberg es agarrar todos y cada uno de los tópicos de la aventura clásica y desmitificarlos a través de la burla y la caricatura. Marion, con el bello y descarado rostro de Karen Allen, es la contundente respuesta a aquellas damiselas voluptuosas, chillonas y subnormales que sólo sabían tropezar y ser rescatadas por el héroe.
Ahora los dos cuentan en el viaje, como socios, porque uno depende del otro, en una relación de amor-nostalgia-rencor-odio que añade buenas pinceladas de comedia romántica al asunto. Su encuentro en el bar del Nepal y el posterior combate con los nazis es un gran ejemplo de la visión de Spielberg, de cómo, usando la fotografía, el diseño artístico, la puesta en escena y el montaje adecuados puede crear situaciones de plena emoción, torrentes de energía física magnificados por los efectos especiales y la estimulante música del maestro Williams.
Porque ahora, inmersos en el viaje, y si no hemos tenido tiempo, pronto apreciaremos las muchas carencias de "El Arca". Los diálogos son ridículos, la estructura plana y previsible, los personajes poco menos que huecas caricaturas y cada encuentro entre ellos sólo determina el siguiente destino e hila las escenas de acción. Una patochada. Pero todo ello gira alrededor de una fuerza colosal: la búsqueda del cineasta de la esencia de la aventura, de capturarla y perfeccionarla, con mucho despliegue de medios y espectáculo inverosímil. Hacernos vibrar con enormes peripecias como antaño hacían sus ídolos Hawks, Tourneur, Wellman, Haskin, Ford, Huston o Walsh.
Ese guiño, autocomplaciente, por no prestar atención a nada más, lleva el sello clásico, nostálgico y mojigato de Spielberg, y así lo demuestra su héroe, que va a caballo por las montañas de El Cairo, viaja entre países en avioneta, cruza desiertos en coche, hasta irrumpiendo en un submarino nazi le vemos. Un Bond de los '30, infatigable reencarnación de tipos hechos de otra pasta, de cuando los hombres eran duros como el acero (uno mira a Ford y en él renacen el explorador Quincy Wyatt de "Tambores Lejanos", el cazador Victor Marswell de "Mogambo", el buscajoyas Rian Mitchell de "Fuego Verde" o el aventurero Harry Steele de "El Secreto de los Incas"...).
En el incoherente avance lo que toma importancia es el ritmo y la violencia, imparable, y Michael Kahn asegura ese ritmo en una labor de edición brillante. Se añaden de fondo temas e instantes que escoran la obra a la fantasía y ciencia-ficción, cuyo esoterismo religioso parece planear en todo momento sobre las cabezas de los personajes, añadiendo cierto misterio oscuro (siendo ya vital en "El Templo Maldito").
El buen hacer de Industrial Light & Magic redondea la función arrastrándonos a un universo de ritos, espíritus y monstruos en la pura tradición de Lovecraft.
A Lucas/Kasdan le preocupan tanto los enigmas como a Spielberg la salud e integridad de los actores a la hora de someterlos a escenas de acción...es decir, nada. El Arca como lo que se debe recuperar y el ejército nazi como fantasía del director, que es judío, para figurar todo un imperio del Mal (en respuesta al dominado por Darth Vader en la "space opera" de su colega).
A poco de ser armado el viaje el público se percatará de que aquí falta la presencia de una dama (porque si no esto no es una de aventuras). Por suerte el guión no la traerá a mitad de la historia cayendo en trampas tópicas, pues si algo hacen bien Kasdan, Lucas y Spielberg es agarrar todos y cada uno de los tópicos de la aventura clásica y desmitificarlos a través de la burla y la caricatura. Marion, con el bello y descarado rostro de Karen Allen, es la contundente respuesta a aquellas damiselas voluptuosas, chillonas y subnormales que sólo sabían tropezar y ser rescatadas por el héroe.
Ahora los dos cuentan en el viaje, como socios, porque uno depende del otro, en una relación de amor-nostalgia-rencor-odio que añade buenas pinceladas de comedia romántica al asunto. Su encuentro en el bar del Nepal y el posterior combate con los nazis es un gran ejemplo de la visión de Spielberg, de cómo, usando la fotografía, el diseño artístico, la puesta en escena y el montaje adecuados puede crear situaciones de plena emoción, torrentes de energía física magnificados por los efectos especiales y la estimulante música del maestro Williams.
Porque ahora, inmersos en el viaje, y si no hemos tenido tiempo, pronto apreciaremos las muchas carencias de "El Arca". Los diálogos son ridículos, la estructura plana y previsible, los personajes poco menos que huecas caricaturas y cada encuentro entre ellos sólo determina el siguiente destino e hila las escenas de acción. Una patochada. Pero todo ello gira alrededor de una fuerza colosal: la búsqueda del cineasta de la esencia de la aventura, de capturarla y perfeccionarla, con mucho despliegue de medios y espectáculo inverosímil. Hacernos vibrar con enormes peripecias como antaño hacían sus ídolos Hawks, Tourneur, Wellman, Haskin, Ford, Huston o Walsh.
Ese guiño, autocomplaciente, por no prestar atención a nada más, lleva el sello clásico, nostálgico y mojigato de Spielberg, y así lo demuestra su héroe, que va a caballo por las montañas de El Cairo, viaja entre países en avioneta, cruza desiertos en coche, hasta irrumpiendo en un submarino nazi le vemos. Un Bond de los '30, infatigable reencarnación de tipos hechos de otra pasta, de cuando los hombres eran duros como el acero (uno mira a Ford y en él renacen el explorador Quincy Wyatt de "Tambores Lejanos", el cazador Victor Marswell de "Mogambo", el buscajoyas Rian Mitchell de "Fuego Verde" o el aventurero Harry Steele de "El Secreto de los Incas"...).
En el incoherente avance lo que toma importancia es el ritmo y la violencia, imparable, y Michael Kahn asegura ese ritmo en una labor de edición brillante. Se añaden de fondo temas e instantes que escoran la obra a la fantasía y ciencia-ficción, cuyo esoterismo religioso parece planear en todo momento sobre las cabezas de los personajes, añadiendo cierto misterio oscuro (siendo ya vital en "El Templo Maldito").
El buen hacer de Industrial Light & Magic redondea la función arrastrándonos a un universo de ritos, espíritus y monstruos en la pura tradición de Lovecraft.