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Voto de Juan Poz:
6
6.8
15,318
Drama
Historia sobre un conductor de autobús y poeta aficionado sobre las pequeñas cosas llamado Paterson, que vive en Paterson, New Jersey. (FILMAFFINITY)
22 de enero de 2017
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya por delante que un exceso de expectativas ha influido lo suyo en la decepción final con que he salido de la contemplación de una película poética donde, como señalo en el título, lo que naufraga es la propia poesía, vulgarizada hasta la extenuación, democratizada y, feliz hallazgo del designio de los dioses, literalmente desgarrada con la incisividad de quien se erige en tribunal insobornable de lo bello, y perdóneseme que empiece por el final, pero se ha de haber recorrido un viaje interminable de hora y tres cuartos para llegar a un final en el que se acaba entendiendo un desenlace que, a mi juicio, bien pudiera haber sido el inicio de la película, con la finalidad de recuperar la verdadera dimensión de la inanidad perdida, aunque eso hubiera sido, evidentemente, “mi” película, no la de Jarmusch, y yo he venido aquí, obviamente, a hablar de “su” película. Paterson tiene todos los ingredientes para repetir un éxito indiscutible como Flores rotas, y Jarmusch los filma con una elegancia y una estilización que, a través de la puesta en escena, sobre todo en la casa de la pareja y en los recorridos urbanos por la ciudad de Paterson, lo acercan a la verdadera poesía de la imagen, como las secuencias de la ciudad reflejada en el parabrisas del autobús que conduce el protagonista con tan rigurosa repetición de sus actos que cualquier innovación supone algo así como la irrupción de la anarquía en el mundo perfecto, que el protagonista confunde con la poesía, en vez de con las ideas, si nos atenemos a Platón. El propio Platón, por cierto, que defiende, como motor poético, lo que él llama la “cuarta locura”, la “manía” o “furor” poético, al que tan ajeno vive el protagonista poeta y conductor de autobuses (recordemos, incidentalmente, que el gran padre de la poesía usamericana, Walt Withman, lo fue durante un tiempo, supliendo a un amigo enfermo). El único espacio en el que la repetición adquiere la forma de innovación constante es en el de la casa del protagonista. Su mujer, con veleidosas aspiraciones artísticas, las manifiesta en la decoración, la moda, la pastelería y, finalmente, en la música, actividades que se plantea como vías de acceso a un futuro “estrellato” en el que verse, finalmente, realizada. Ambos artistas se ensalzan mutuamente, que es la condición primera de la mediocridad, y están convencidos de la trascendencia de sus respectivas artes, o de sus innatas capacidades artísticas. La película ha de “leerse” con dos claves básicas para poder acceder a entender el porqué de una película semejante: el sueño de la mujer del protagonista, que ha soñado que tenía gemelos, y el triángulo que forma la pareja protagonista con Marvin, el perro que “preside” sus días, facilita el hábito “aventurero” nocturno del protagonista y, finalmente, se erige en instancia justiciera de las pretensiones poéticas del protagonista. Apenas he leído crítica que repare en la importancia del papel de Marvin, a quien la mujer del protagonista se dirige propiamente como al amor de su vida, como al ser cuya importancia está un escalón por encima de su propia pareja. La posición de privilegio que ocupa el perro en la vivienda, en el sillón orejero, y, más tarde, en la mesa, ocupando el sitio que ocupa habitualmente el marido, como ella se encarga de recalcar, son mensajes inequívocos de la importancia de ese perro en la película, ¡como para pasarlo por alto! La solución del misterio del poste del buzón inclinado, obra “vengativa” del perro, abunda en la importancia de esa dirección hermenéutica. No hará mucho vi una película, Nunca es demasiado tarde (Still Life), de Uberto Pasolini, con la que me parece que esta de Jarmusch tiene muchos puntos de contacto, al menos por lo que hace a la fe ciega en el cumplimiento exacto de la repetición como fuente consoladora del sentido de la existencia. Paterson en Paterson es algo así como una repetición inevitable que se convierte, en el desarrollo de la película, en una tautología, del mismo modo que muchos personajes con los que se encuentra el protagonista son gemelos idénticos. El protagonista está convencido de que esa tautología se inscribe, poéticamente, en las anotaciones -me cuesta lo mío llamarles poemas…- que escribe con un voluntarismo trascendente sobre cuya ridiculez acabará juzgando su rival en el trío familiar. Ese acto justiciero, que puede revelar la crítica sutil y compasiva del director hacia el sucedáneo de la verdadera poesía, viene, por efecto colateral, a demostrar que incluso lo antipoético es capaz de darle sentido a una vida, como demuestra el poético final del encuentro del lector japonés de Williams Carlos Williams, poeta usamericano y autor de un celebrado poema que lleva por título Paterson, quien, en ese largo poema épico que acabo de leer, pretende describir a man like a city, un hombre al que describe sniffing the trees,/ just another dog/ among a lot of dogs. What/ else is there? And to do?, cita que me viene pintiparada para abonar mi interpretación, basada en la importancia del perro como “tercero” de una relación que, a mi juicio, tiene bastante más de naíf que de poético. De hecho, si Paterson es esa “maravilla” que a tantos les parece serlo, Requisitos para ser una persona normal, de Leticia Dolera, deberían de considerarla poco menos que como una joya indiscutible, que lo es, by the way. Me temo que en el juicio crítico sobre la película no acaba de deslindarse bien el fenómeno de la poesía propia de la película, ¡mayúscula e impactante!, del juego “sobre” la poesía a partir de la tautología de la repetición como requisito de la identidad, que es lo que “vive”, en el estricto sentido biológico, el protagonista, al que la desaparición física del cuaderno donde escribe su obra lo deja literalmente tullido, y emocionalmente aniquilado. No se concibe a sí mismo sin su actividad poética, como no se concibe sin el resto de las rutinas que conforman su existencia y le dan sentido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El regalo del poeta japonés, admirador de Williams Carlos Williams, un cuaderno con las hojas en blanco, tiene un carácter simbólico que no le puede pasar desapercibido a nadie. Es lo que le va a permitir “reemprender” su vida discreta, humilde, parte del latido de Paterson, la ciudad, parte del poema épico de Williams Carlos Williams, un elemento sin el que la ciudad puede acabar disolviéndose en la insignificancia, en el sinsentido, como cuando una avería interrumpe el recorrido cotidiano de su autobús y todos cuantos se relacionan con él le dicen que podría haber saltado por los aires como una bomba, porque, de hecho, la interrupción del ritmo cotidiano de la existencia de la ciudad es una auténtica y peligrosa deflagración.Más allá de la propia película, cuya morosidad, unida a la concepción exageradamente naíf de los protagonistas la lastra irremediablemente -¡nada que ver con la lentitud majestuosa y solemne de Sólo los amantes sobreviven!-, hay en la poesía de Williams Carlos Williams, referente sin el cual resulta bastante más difícil acercarse al sentido último de la película a un espectador no usamericano, un afán de hallar un lengua poético que exprese la americanidad, algo así como la versión poética del The Making of Americans (Ser norteamericanos) de la prosa de Gertrude Stein. Paterson en Paterson es, en última instancia, la constatación de que el todo poético de la ciudad engulle las metódicas vidas de sus habitantes, sean o no poetas, transformándolos en latidos del pulso poético que la anima, la ciudad, el gran corazón de la vida corriente. Lo anodino de las vivencias que conforman la vida de los protagonistas, el perro incluido, son prueba inequívoca de esa usamericanidad, vidas muy alejadas de la espectacularidad que nos llega a través de la propia industria cinematográfica y que nada tienen que ver con el pulso cotidiano de una pequeña ciudad en la que se vive más en clave de comedia que de tragedia, y la prueba de ello es el “incidente” del bar -un amante rechazado amenaza con matar a su amada o matarse él- que, desde la perspectiva de esa industria, se hubiera resuelto en tragedia. De hecho, la sola posibilidad de que algo así pudiera haber ocurrido, basta para conmocionar al protagonista, sacándolo de los confortables esquemas de su vida tautológica. Paterson no es, a mi entender, un “canto” a la poesía de lo sencillo, de “las pequeñas cosas”, de la “vida corriente”, sino el intento, afortunado estéticamente -malogrado narrativamente-, de traducir cinematográficamente el poema Paterson de Williams Carlos Williams, algo que se aprecia allá donde el lector se remita del texto a la película: Say it! No ideas but in things. Air/ Paterson has gone away/ to rest and write. Inside the bus one sees/ his thoughts sitting and standing. His/ thoughts alight and scatter...