Esta fantasía macabra es muy divertida e imaginativa, excelente en lo narrativo, en lo musical y en lo iconográfico y puede ser profundamente pedagógica (pero también desasosegante) para los niños. Los padres deben ir preparados para ver cómo se destruye cualquier visión algodonosa y tranquilizadora del Más Allá que hayan podido transmitir a sus hijos, porque la catequesis de Tim Burton es absolutamente disolvente: nuestro destino es pudrirnos y más vale que nos hagamos a la idea; después de la muerte no hay angelitos entre nubes, ni reencuentros felices de madres con niños, ni coros celestiales, ni se reparan las injusticias, si se dan premios a la virtud, ni sucede nada que se le parezca, aquí se dinamita toda la escatología católica o de cualquier otra religión (podría ser peor: al menos Burton cree en otra vida, dirán algunos).

Es una película feliz, gamberra, en la que el americano (como un nuevo Dante) nos muestra que se puede viajar al otro mundo, aunque allí no quede rastro del cristianismo: la religión es un invento de los hombres y los que se arrogan el monopolio de la espiritualidad aparecen pintados por Burton como fantoches torvos y malhumorados (esto tampoco les gustará a muchos).

En fin, un buen purgante para la ñoñería que suele dominar en las películas animadas y un precioso ejercicio de imaginación.