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Voto de Chagolate con churros:
7
Drama Un marinero pide permiso en el barco en el que trabaja para regresar a su antiguo hogar, donde parece haber dejado un asunto pendiente con su familia. (FILMAFFINITY)
19 de mayo de 2010
48 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso que llegados a este punto en la historia del cine, aún se tenga que defender la fuerza del plano frente al ingenio del diálogo. La imagen vs. la palabra.

- Es que en Liverpool no se habla.
- Es que en Liverpool hay planos larguísimos que no dicen nada.
- Es que en Liverpool no pasa nada.

Sí. Tres síes.

¿Y entonces?

Lisandro Alonso dice en una entrevista:

“Un plano secuencia no es un plano largo y ya está, hay montaje interno, cómo entran los personajes, cómo se mueve la cámara, la profundidad de campo... O sea, que con lo que uno tiene hay que hacer lo que se puede, pero no renunciando a lo que es el cine: imagen y sonido. Ya los Lumière, hace 110 años tenían mejor imagen que ahora, filmaban en 35 mm. Entonces vamos como en retroceso. Está bien que [las cámaras] sean más accesibles, pero estamos perdiendo algo, al menos los que estamos interesados en determinado tipo de cine”. (1)

El joven director argentino rueda cine no como un producto que vender, sino como un conjunto de herramientas que da como resultado un cine muy complicado de comercializar. La diferencia principal que encuentro entre Alonso y otros artistas que siguen el mismo camino, es que Alonso entiende de cine: la puesta en escena, la fotografía, los encuadres, el sonido ambiental y/o el entorno como elemento imprescindible en la historia, están mimados.

“Liverpool” es, a su manera, muy bressoniana. La fuerza no radica en las interpretaciones dramáticas ni en un guión asfixiante y cerrado. Su cine es de suposiciones, de estirar orejas para captar el crepitar del fuego, la cuchilla del aserradero, los copos cayendo. El cine de Alonso no son dramones a lo Douglas Sirk, sino historias cotidianas (o no) narradas sin sorpresas ni búsquedas de atropellos sentimentales. Sin luces de neón ni petardos de pólvora mojada. Son de lugares y mucha observación. Los lugares como personaje. Y los personajes con el carácter que da el lugar. Así es el protagonista, Farrel (Juan Fernández), acoplado a esa forma de vida que nos narra Alonso: solitario, alcohólico y frío. Sustenta el director la narrativa con las dudas que nos surgen sobre el protagonista. Sobre su regreso y anterior huida. Sobre el hueco que deja.

Este hueco lo usa el propio realizador con un giro de guión nada convencional. Una huida filmada con un plano larguísimo. Unas pisadas en la nieve, el crujir de estas pisadas, la silueta que se va perdiendo. Alonso filma la ausencia desde el otro lado. Ausencia real que percibimos desde entonces. Ausencia presente en un souvenir.

La película busca espectadores activos, que quieran jugar a resolver los enigmas o que, simplemente, se contenten con el mundo enigmático que nos ha tocado vivir.

(1) Entrevista concedida en el festival de Gijón de 2006.
Chagolate con churros
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