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Thriller. Intriga
En el verano de 1954, los agentes judiciales Teddy Daniels (DiCaprio) y Chuck Aule (Ruffalo) son destinados a una remota isla del puerto de Boston para investigar la desaparición de una peligrosa asesina (Mortimer) que estaba recluida en el hospital psiquiátrico Ashecliffe, un centro penitenciario para criminales perturbados dirigido por el siniestro doctor John Cawley (Kingsley). Pronto descubrirán que el centro guarda muchos secretos ... [+]
20 de marzo de 2010
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un producto tan educado formalmente como Shutter Island podría pasar a simple vista por ser uno de los trabajos con mayor vocación comercial de Martin Scorsese. Un autor monumental que solo con la imponente firma de su presencia se basta para ser imprescindible dentro de la historia, que el cine, tiene escrita en sus representantes, los cuales no solo engrandecen al medio, sino redefinen conceptos conglomerándolos todos en un arte universal. Esto bastaría para tachar contundentemente la hipótesis inicial de que Shutter Island sea únicamente un concluyente ejercicio de estilo, es más, puede tomarse, si es posible captar todo su contenido en un insuficiente primer visionado, en retrospectiva del pensamiento ideológico de Scorsese, capaz de rodar uno de los mejores ejemplos de perturbación humana y encarar los mecanismos de la locura en un empírico juego de caracteres que, difícilmente, lograrían coexistir en las manos de otro.
La última cinta del genio neoyorquino es la etimología incorporada a un idioma audiovisual que, redefine la sustancia de la que se valen los estudios multifuncionales con propiedades curativas para honrar, intensificar, reforzar al cine. Shutter Island atrapa con psicología terapéutica al cinéfilo que se enorgullece de ello, probando un nutritivo fármaco alucinógeno con el que el realizador de Taxi Driver nos conduce de la mano por laberintos tenebrosos de gótica paranoia interna, y nunca termina de cerrarse en circulares pasillos esquizofrénicos. No hace falta rebuscar en sus brillantes ademanes para etiquetarla como un film deducido de varios ramajes artísticos, resultados de la pintura cubista que solo Picasso enmarcaría en los sueños deformes de un lienzo expresionista, o de la filosofía genérica que reparte el pensamiento de ilustres figuras platónicas – el mito de la caverna y la complicada distinción de lo real y lo que se proyecta como tal- también se acentúan las leyes mecanicistas de Thomas Hobbes – el hombre es lobo para el mismo hombre – o su antagónico derivado de Rousseau – nacemos libres pero por dondequiera que estemos nos encontramos con cadenas, en metáfora del enfermo que es raptado por sus miedos sin ser capaz de afrontarlos- una fuerte capa psicoanalítica del cerebro engañoso que nos impide ver cuál es la absoluta materialidad de las cosas – los recuerdos lynchianos, oníricos del protagonista – y la metamorfosis, mutación de los acontecimientos con repetidos ecos kafkianos.
En un plano exclusivamente óptico, es este, el título más Hitchcokniano de la carrera de Scorsese, en especial sus referencias a Vértigo – toda la parte final – a Recuerda – el confuso vaivén en forma de pesadillas dentro de la cabeza de Teddy, un tremendamente seguro Leonardo DiCaprio – a Rebeca – la desasosegante estampa del centro psiquiátrico Ashecliffe es semejante a la que provocaba la espectral mansión de Manderlay- y los movimientos de especialista superdotado.
La última cinta del genio neoyorquino es la etimología incorporada a un idioma audiovisual que, redefine la sustancia de la que se valen los estudios multifuncionales con propiedades curativas para honrar, intensificar, reforzar al cine. Shutter Island atrapa con psicología terapéutica al cinéfilo que se enorgullece de ello, probando un nutritivo fármaco alucinógeno con el que el realizador de Taxi Driver nos conduce de la mano por laberintos tenebrosos de gótica paranoia interna, y nunca termina de cerrarse en circulares pasillos esquizofrénicos. No hace falta rebuscar en sus brillantes ademanes para etiquetarla como un film deducido de varios ramajes artísticos, resultados de la pintura cubista que solo Picasso enmarcaría en los sueños deformes de un lienzo expresionista, o de la filosofía genérica que reparte el pensamiento de ilustres figuras platónicas – el mito de la caverna y la complicada distinción de lo real y lo que se proyecta como tal- también se acentúan las leyes mecanicistas de Thomas Hobbes – el hombre es lobo para el mismo hombre – o su antagónico derivado de Rousseau – nacemos libres pero por dondequiera que estemos nos encontramos con cadenas, en metáfora del enfermo que es raptado por sus miedos sin ser capaz de afrontarlos- una fuerte capa psicoanalítica del cerebro engañoso que nos impide ver cuál es la absoluta materialidad de las cosas – los recuerdos lynchianos, oníricos del protagonista – y la metamorfosis, mutación de los acontecimientos con repetidos ecos kafkianos.
En un plano exclusivamente óptico, es este, el título más Hitchcokniano de la carrera de Scorsese, en especial sus referencias a Vértigo – toda la parte final – a Recuerda – el confuso vaivén en forma de pesadillas dentro de la cabeza de Teddy, un tremendamente seguro Leonardo DiCaprio – a Rebeca – la desasosegante estampa del centro psiquiátrico Ashecliffe es semejante a la que provocaba la espectral mansión de Manderlay- y los movimientos de especialista superdotado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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Pero no son los únicos espejos en los que se mira nuestro experto, sino algunos detalles de hasta donde las observaciones de género pueden acabar por entrelazarse, en orgullosos guiños a la cronología del lenguaje maestro del que se nutre un devoto amante del celuloide.
No es caprichoso el tratamiento narrativo que aísla un hacinamiento modelo de los bajos fondos del ser entre barrotes de subtramas y dobles intenciones constantes, dosificando las pistas que formen el inteligente rompecabezas de Shutter island. Es habitual encontrarse con maravillas de tamaño XXL en la filmografía de Scorsese pero nunca antes su esencia estuvo tan repartida, tan disfrazada de elegante cine negro, de serial años 50, de producción RKO, de artesanía industrial engañosa por su aroma de encargo, y que demuestra las posibilidades de no perder la luz de un cineasta imprescindible sin dejar de lado la comercialidad de sus propuestas. Un ambiguo e hipnótico paraíso de los horrores, que escolta en su cubierta, un crucero portentoso de absolutistas maneras, levantando un despliegue fílmico sobresaliente.
LO MEJOR: El oficio de prestidigitador que lleva a cabo Scorsese en una virtuosa encrucijada de confusiones rematadas en un giro argumental extraordinario, que logra una catarata de emociones en su guiñolesco último acto. La fotografía de Robert Richardson con un pedagógico uso de la luz y un contraste exquisito entre exteriores – la llegada a la isla, el encuentro de Teddy con el personaje de Ethel (una esplendida Patricia Clarkson) – e interiores – la claustrofóbica maraña de la prisión con esos oscuros túneles perfectamente retratados – la profesionalidad de su experimentado equipo técnico – el montaje de Thelma Schoonmaker, los insertos entre vigilia y sueño, la correcta medición en los flashbacks – o el esmerado diseño de producción , vemos, sentimos a la isla como un integrante más del relato. Tampoco se debe pasar por alto el esforzado conjunto actoral donde cada intérprete tiene su momento destacado, especialmente los misteriosos médicos construidos por dos actores de raza, sir Ben Kingsley y Max Von Sydow y la cada día mejor compenetración de mentor y alumno del tándem Scorsese/DiCaprio.
AÚN MEJOR: Que no tardaré demasiado en volverla a ver para sacar conclusiones menos apresuradas y juzgarla con plenitud de derechos en una lectura más calmada y determinante. Ese es el ingrediente de las grandes películas, nunca terminan de consumirse pudiendo hallar nuevas perspectivas en cada instructivo acercamiento.
No es caprichoso el tratamiento narrativo que aísla un hacinamiento modelo de los bajos fondos del ser entre barrotes de subtramas y dobles intenciones constantes, dosificando las pistas que formen el inteligente rompecabezas de Shutter island. Es habitual encontrarse con maravillas de tamaño XXL en la filmografía de Scorsese pero nunca antes su esencia estuvo tan repartida, tan disfrazada de elegante cine negro, de serial años 50, de producción RKO, de artesanía industrial engañosa por su aroma de encargo, y que demuestra las posibilidades de no perder la luz de un cineasta imprescindible sin dejar de lado la comercialidad de sus propuestas. Un ambiguo e hipnótico paraíso de los horrores, que escolta en su cubierta, un crucero portentoso de absolutistas maneras, levantando un despliegue fílmico sobresaliente.
LO MEJOR: El oficio de prestidigitador que lleva a cabo Scorsese en una virtuosa encrucijada de confusiones rematadas en un giro argumental extraordinario, que logra una catarata de emociones en su guiñolesco último acto. La fotografía de Robert Richardson con un pedagógico uso de la luz y un contraste exquisito entre exteriores – la llegada a la isla, el encuentro de Teddy con el personaje de Ethel (una esplendida Patricia Clarkson) – e interiores – la claustrofóbica maraña de la prisión con esos oscuros túneles perfectamente retratados – la profesionalidad de su experimentado equipo técnico – el montaje de Thelma Schoonmaker, los insertos entre vigilia y sueño, la correcta medición en los flashbacks – o el esmerado diseño de producción , vemos, sentimos a la isla como un integrante más del relato. Tampoco se debe pasar por alto el esforzado conjunto actoral donde cada intérprete tiene su momento destacado, especialmente los misteriosos médicos construidos por dos actores de raza, sir Ben Kingsley y Max Von Sydow y la cada día mejor compenetración de mentor y alumno del tándem Scorsese/DiCaprio.
AÚN MEJOR: Que no tardaré demasiado en volverla a ver para sacar conclusiones menos apresuradas y juzgarla con plenitud de derechos en una lectura más calmada y determinante. Ese es el ingrediente de las grandes películas, nunca terminan de consumirse pudiendo hallar nuevas perspectivas en cada instructivo acercamiento.