Ahí está esa madre dándoles a sus hijos la pistolilla para que jueguen esa tarde lluviosa ya que están aburridos. Un juguete como cualquier otro. Yo veo esa escena y todo lo que pasa antes y luego me importa un pirindolo. Tan trágico: ese regalo de Franco, esa ansia del hermano por jugar a John Wayne, ese juego tan raro de "vamos a jugar a desmontar la pistola", esa madre que ve normal que sus niños echen una partida al "Desmontapistolas 1954" en la playstation.

Entiendo lo mismo que si me lo explicasen Fellini o Lynch. Es lo grandioso a pesar de las interpretaciones tan acartonadas. Hasta ese momento lo había salvado el pequeño Juanito con su voz gangosa. Franco parece un criado de Franco. El conde de Barcelona un inspector del FBI de los años 40. Y la señora condesa cargada de joyas hasta para ir a defecar. El sello de las miniseries de telecinco siempre presente, afortunadamente, para darnos grandes momentos de la televisión a esas horas en las que quien más y quien menos está deseando que le entre el sueño para irse a dormir.