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España España · Madrid, Jaca
Voto de jaly:
10
Drama Narra una serie de reencuentros en la vida de Salvador Mallo, un director de cine en su ocaso. Algunos de ellos físicos, y otros recordados, como su infancia en los años 60, cuando emigró con sus padres a Paterna, un pueblo de Valencia, en busca de prosperidad, así como el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de los 80, el dolor de la ruptura de este amor cuando todavía estaba vivo y palpitante, la escritura como única ... [+]
23 de marzo de 2019
10 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dolor y Gloria es como una matrioska de realidades, reflexiones y retórica sobre la memoria y los recuerdos, ésos que son imposibles de reconstruir, pero que con la escritura, con la creación, con el cine (del Almodovar personaje - Banderas -en la interpretación más profunda y leve, más compasiva y compleja de toda su carrera, ¡por favor, que le colmen de premios!-, y del Almodovar Director), pueden convertirse en algo que de significado a las ruinas del futuro, ésas que serán fácilmente el olvido.

Dolor y Gloria es una película apasionante porque en cada escena hay una clave desde la que podría analizarse, o que es como un ramillete de significados: visualmente, el plano rojo y blanco con Asier Etxeandia (encantador, sincera y hermosa soledad la suya), en el contexto del monólogo que cuenta, ES la película en si misma, pues delante del artificio escénico, está la representación, y delante de ella el alter ego (que interpreta al verdadero alter ego a su vez), y delante de ella la narración, la reconstrucción del recuerdo, y delante de ella, por obra de un prodigioso movimiento de cámara, está el intérprete delante de nosotros, como si hubiese escapado de la pantalla para contarnos una realidad que es real, y al mismo tiempo, no lo es.

Buceando en prodigiosos usos de recursos como esté, Almodovar se entrega a la auto ficción pese a las reticencias de su madre (Julieta Serrano, conmovedora), que como dice en una de las escenas más íntimas e intimistas que recuerdo de mucho cine, “a ella lo de la auto ficción, pues no”. Y de esa madre parte todo, idealizada en la memoria (maravillosa Penélope Cruz, más como una presencia, embellecida de nostalgia) como origen de todas las cosas (volví a ver El árbol de la vida esta semana, y la madre de aquí es un poco como la Jessica Chastain de allí, pero a la manchega), marca imborrable en un recuerdo saturado de luz incluso debajo de la tierra. Un recuerdo el que ya el registro de lo vivido (Asier Flores con lo escrito, César Vicente con lo dibujado), es lo único que se podrá atesorar cuando el tiempo no esté de nuestra parte; un recuerdo construido con el afán de tener algo a lo que asirse ante el dolor presente o la incertidumbre futura. Un recuerdo como el viejo amor (emocionante Leonardo Sbaraglia, en una escena sutil y cargada de subtextos, tierno como la primera sonrisa que veremos del director) que llama a la puerta, fugaz y leve, como el propio recuerdo.

Recostado ahora sobre la mesa de operaciones, piensa en viejos tiempos y nuevas drogas, en nuevos significados de antiguas obras, en nuevas madres (Nora Navas reprimiendo lágrimas y convirtiendo un plano en una obra de arte) y en álveos fundamentos; en en el frágil y entrelazado equilibrio entre lo real, lo vivido, lo inventado y lo significado, en El Primer Deseo que origina el Deseo.
jaly
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