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España España · Madrid, Jaca
Voto de jaly:
8
Drama Tras doce años de ausencia, un joven escritor regresa a su pueblo natal para anunciar a su familia que pronto morirá. Vive entonces un reencuentro con su entorno familiar, una reunión en la que las muestras de cariño son sempiternas discusiones y la manifestación de rencores y reproches. Adaptación de una obra teatral de Jean-Luc Lagarce. (FILMAFFINITY)
13 de enero de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Xavier Dolan está destinado a polarizar opiniones, y puede que allí, en sus aciertos y desaciertos, sea donde reside gran parte de su magnetismo. Y Solo el fin del mundo es la cinta de su carrera que mayores críticas ha suscitado, muchas de ellas argumentaras en la nada, provenientes del capón que muchos críticos ansían darle a un creador, pensarán ellos, demasiado joven para ser tan laureado.

Y es cierto, Solo el fin del mundo es incómoda de ver, por el acoso con el que la cámara cerca a sus personajes, y por el escaso margen de descanso que el texto deja a los espectadores. También hay momentos y decisiones que bordean el histrionismo, una especie de histeria emocional en la que Dolan arroja a sus estupendos cinco protagonistas, pero no es nada que en cualquiera de sus películas anteriores no apareciera ya. Desde su megalómana Lawrence Anyways hasta la esteticista Los Amores Imaginarios, pasando por esas menciones a madres sin hijos, matricidios y matronas sui generis, de Yo maté a mi madre, Tom á la firme y Mommy, la filmografía de Dolan nunca se ha caracterizado por su mesura, pues el creador aborda siempre complejos y tragedias de ecos clásicos desde el eclecticismo de una mala canción pop, hasta creaciones de personajes por encima de cualquier rasgo ordinario.

Por eso Solo el fin del mundo, a pesar de no ser en origen una historia de creación propia (como ocurría con su otra adaptación teatral Tom á la ferme), es un paso coherente en su carrera, a pesar de que al tratarse de un melodrama de interiores le resta la capacidad expresiva y plástica habitual de su cine. Pero este encuentro familiar, una especie de Bergman pasado de speed, sigue conteniendo el descaro expresivo de su autor por la decisión estética y narrativa del encierro a sus cinco protagonistas en el espacio físico y en el plano cinematográfico, y por el estallido que esa restricción (de aire, de tiempo, de intensidad...) provoca en los conflictos de todos ellos.

Gaspar Ulliel, que ya estaba extraordinario en Saint Laurent (a pesar de que su físico y su pasado como modelo hagan que esto no se aprecie tanto), se ahoga en el mar de palabrería de su clan familiar, incapaz de articular las palabras que él necesita. Nathalie Baye evoca a otras de las madres del cine de Dolan, como mujer que ya ha claudicado ante la imposibilidad de encontrar la paz familiar, y en su lugar se ha entregado a las palabras que sólo son ruido y mentira. Léa Seydoux habla para hacerse entender pero no sabe ni apenas lo que quiere decir, acaso que no sea un reproche. Vincent Cassel no habla, hiere, pues cada palabra suya nace del rencor y la incapacidad de comunicarse verdaderamente. Y Marion Cotillard querría decir demasiado, pero es sólo un peón en un campo de tiro de las palabras de su familia política. Palabras que no dicen nada, y que impiden que se diga otra cosa. Palabras que visten a otras palabras que deberían escucharse pero no llegan a articularse. Palabras, pensará Dolan, que sostienen aparentemente ciertos lazos familiares, aunque nunca deberían haberse dicho.
jaly
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