Historia basada en hechos reales digamos, “ficcionada”, que nos cuenta el devenir sentimental en la relación entre una excéntrica millonaria del mundo del tabaco, y su mayordomo, un homosexual enamorado de la bebida y de las grandes divas a las que ha servido (como por ejemplo, Elizabeth Taylor), que a lo largo de los años, ven como un amor más allá de la sexualidad, el enamoramiento, o la clase social que les separa, les une como cómplices excéntricos en su extravagante vida de interiores, en sus soledades y en sus carencias vitales.

Un atractivo argumento para una interesante película, cuyo mayor talón de Aquiles es que no hay grandes acontecimientos que hagan avanzar la historia, este se presenta, ya con los conflictos de cada personaje al principio, y no avanza de manera lo bastante dramática (en cuanto a la aparición y resolución de hechos) hasta bien entrada la resolución de la misma.

Esa carencia de acontecimientos es aprovechada sin embargo por el protagonismo de dos personajes extraordinariamente originales: una millonaria clasista pero íntegra, fría pero ansiosa de compañía, culta y hedonista, extravagante y clásica; y una mayordomo entregado a su labor pero repleto de secretos, dedicado y vividor, educado pero alcohólico, mitómano y práctico, elegante y excesivo. Dos personalidades extremas pero complementarias, que encuentran en su unicidad y aislamiento social, el cómplice y confesor que les acompañará el resto de sus vidas.

Con semejante plantel de detalles, lo grande de Bernard and Doris, es, como era de esperar, dos actores en estado de gracia, Susan Sarandon y Ralph Fiennes, que exprimen sus personajes hasta la última gota, colmando a Bernard y a Doris de una humanidad y una carga tan total de compromiso, que la relación entre ambos produce el efecto huracán en los espectadores: arrasan con todo público sensible, maravillan a la audiencia, provocan reverencias en los críticos. Sarandon y Fiennes: dos actores como la copa de un pino.