Encontramos en esta, la última película de Frank Capra, el mismo cuento de segundas oportunidades y buenos sentimientos que caracterizó toda su obra. Un gángster para un milagro no es pues, una película especialmente original, no se caracteriza por que su historia o sus intenciones traten de innovar, pero esa clase de cuentos, ¡cómo los contaba Capra! Era tan capaz de emocionar, de articular el clásico mecanismo de la comedia americana, que sus historias siempre acaban conmoviendo, revelando los pequeños detalles y placeres del amor de los humanos. De cualquier clase.

En esta cinta, asistimos a dos homenajes paralelos a los grandes temas de la narrativa, americana y universal. Por un lado tenemos la crónica de las bandas de Gángsters del Nueva York de los días de la ley seca. Por otro lado, Capra reinventa y actualiza a sus días el mito de Pigmalión, aquel en el que una metamorfosis planeada cambia el destino de un héroe o una heroína.

Y en esta cinta, la heroína es Annie Manzanas, una vendedora de manzanas, of course, de la gran manzana, que durante años ha mantenido con su hija en Europa una correspondencia en la que no revela su condición de vagabunda, sino que se hace pasar por noble y asentada dama. Y la visita de la hija, con su marido y su suegro, hacen que Annie recurra a todos su contactos (mafiosos) para que le ayuden con el engaño/ilusión.

Y con estos ingredientes, Capra filma una clásica comedia con clase, de equívocos, sueños y emociones, apoyado en un espléndido reparto del que sobresale, cómo no, Bette Davis, pues es un prodigio ver como se enfrenta de manera tan seria a un papel tan cómico. Un privilegio.