Sin conseguir una obra redonda, Patricia Ferreira hace que nos interesemos por un tema que aunque en la historia del cine ha sido tratado en muchísimas ocasiones desde unas u otras ópticas, siempre aporta algo nuevo en función del momento social en que se está produciendo. Los niños salvajes (Els nens salvatges) habla de la adolescencia, esa difícil edad de cambios y rebeldías y de su imposible encaje en un mundo que juega a otra cosa, y que considera a estos extraterrestres de Girona, Murcia o Albacete, bichos raros que mascullan idiomas más complejos que el euskera.

No habrá sido fácil para la directora, y su ayudante en el guión (Victoria Yagüe), coleguear con una generación que siempre nos ha parecido tan retirada e inaccesible. Por momentos se aproxima a ellos, mientras sestean felices tras abrevar, poco antes de que demuestren, una vez más huyendo en estampida, que son gacelas indómitas.Los padres, los profesores, los psicoterapeutas de la película, que somos los mismos que estamos sentados en la sala de cine, nos sorprendemos de su comportamiento moviendo negativamente la cabeza de león que corona nuestro disfraz.

La madrileña-gallega con sus flashbacks aclaratorios e intérpretes idóneos y misteriosos (cosa esta, la del misterio, imprescindible a los diecisiete años), nos introduce en una atmósfera de thriller y de insospechado final que hace más ligera una narración que es, sin duda, trascendental.
No acudan a "Los niños salvajes", buscando soluciones, explicaciones o ayuda alguna si tienen algún alienígena (próximo o dentro de la segunda quincena) en su casa, ni siquiera si están en el perfil de estos seres inclasificables. La obra es solo una exposición; eso sí, saldrán avisados, los unos y los otros, de los efectos secundarios.