Es una de esas películas hecha para intentar trasladar los olores y sabores acres, los tactos pringosos, los colores herrumbrosos y el chirriante gotear del tiempo. Y Serge Gainsbourg, existencialista irredento, lo consigue; no así sus intérpretes, demasiado jóvenes, demasiado ardientes.

Lo que en su momento fue considerado un film transgresor, en los días que corren obligaría a su autor a llevar una pizarra penduleante en su cuello con una blanca inscripción: "mal gusto"; porque ahora somos más "políticamente correctos" que en el año 1976. Yo no estaría de acuerdo con esta crucifixión porque no creo que exista justicia en los ajusticiamientos y porque, en última instancia, los valientes no merecen ser eliminados. ¿Que Gainsbourg era un provocador?, es posible, ¿y qué?.

La triste soledad y la necesidad, cuasi fisiológica, de ser amada, de la joven camarera del restaurante-gasolinera instalado en medio de ninguna parte; así como la imposibilidad del camionero homosexual de experimentar algo más fuera del apretón lúbrico del momento; no son situaciones esperpénticas como algunos pueden estar pensando, son cosas que suceden a seres humanos abrasados por el frío intenso de la nada.

A veces, es cierto, puede apreciarse cierta desconexión entre el pensamiento filosófico del director y el apetecible cuerpo, a pesar de todo, de los amantes.
El escándalo consiguió que el tema musical, Je t'aime.... moi non plus, fuera prohibido en algunos países (España, ¡como no!, entre ellos) y subiera al número uno en las listas británicas.