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España España · Cáceres
Voto de Sinhué:
8
Drama Luna de Avellaneda, un club de barrio que vivió en el pasado una época de esplendor, está atravesando una crisis que pone en peligro su existencia. Al parecer, la única salida posible es que se convierta en un Casino, pero esto se aparta de los ideales y de los fines para los que fue fundado en los años 40: un club social, deportivo y cultural. Los descendientes de los fundadores se debatirán entre la posibilidad de salvarse a cualquier ... [+]
15 de noviembre de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Juan José Campanella es ese hombre al que algunos acusan de sensibilizar en exceso al espectador, de enfatizar sobre el ordinario devenir y de exponer posturas filosóficas con lenguaje popular e incluso de barrio. Los acusadores consideran que eso es ventajista y no se debe hacer; no entiendo porqué. Cierto es que suelen ser los mismos que acusan a Bergman, Lars von Trier o a Kiarostami de pedantes y elitistas. Solo es lenguaje cinematográfico, amigos, no tiene mayor importancia, lo importante es si te llega o no.

A mí me llegan las pelis de Campanella, aunque a veces en la primera audición me pierda la mitad de los diálogos por ese empeño (que perdono) de grabar los sonidos en directo y de conservar las peculiaridades idiomáticas de los personajes. A mí me tocan la fibra sensible y no me importa, es más, lo agradezco, porque como ya he dicho en alguna otra ocasión, no corren tiempos para pensar que lo inteligente es despreciar la ternura.

En el caso concreto de Luna de Avellaneda se cuentan cosas que respiramos cada día la mayoría de los mortales (las minorías son las que suben los índices de las rentas per cápita y viven en otra galaxia). En mi pueblo, en mi entorno, como en la desindustrializada ciudad de Avellaneda, hay: parados, concejales trepadores, viejitos que se hacen querer, votantes deprimidos y confusos, niñas que quieren danzar, amores con carcoma, inútiles imprescindibles y proyectos sin futuro o antiguas realidades, en la boca ya, del olvido o de voraces inmobiliarias. Y me gusta que alguien me cuente que no somos nosotros los equivocados, que son ellos quienes están en la nómina de la infelicidad.
Sinhué
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