La lucha de Inga contra la cooperativa agro-ganadera a la que considera responsable de la muerte de su marido, parece, una vez más, la de David contra Goliat o la de Don Quijote contra los molinos de viento. Pero son precisamente estas heróicas resistencias las que nos hacen albergar esperanzas de que no todo está perdido.
La granjera toma la decisión de liberarse del yugo, y enarbola la bandera de la dignidad contra el monopolio socio-político-económico de la sociedad, cuyas decisiones las monopolizan el gerente y sus oficinistas, con el necesario apoyo de los ganaderos más conservadores, conformistas e insolidarios.

No deja de ser, y así lo certificaba Grímur Hákonarson en rueda de prensa, tras la proyección de su película (Seminci 2019), un ejemplo local de las intenciones, en general, de las corporaciones dominantes; aunque hayan nacido con la voluntad de servir a un colectivo, la corrupción prende fácilmente en los administradores, que no dudarán en castigar, amenazar y robar a los propios miembros que casi siempre reaccionan tarde y mal.
El miedo es el arma de control más poderosa del poder y ante él cedemos la mayoría; mientras, algunas como la protagonista de The County (El Condado) se sienten aguijoneadas por el mismo y tiran hacia adelante.

El director islandés, que ya ganó en el 2015 la Espiga de Oro con “El valle de los carneros”, ha vuelto a dejar muestras del buen hacer de los cineastas de su país y es muy probable que este drama rural no se vaya de vacío.