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España España · Vitoria-Gasteiz
Voto de Aguayegus:
9
Drama. Comedia El oscarizado guionista y director Paolo Sorrentino presenta la historia de un chico, Fabietto Schisa (Filippo Scotti), en el turbulento Nápoles de los años ochenta. En "Fue la mano de Dios", hay lugar para alegres sorpresas, como la llegada del legendario futbolista Diego Maradona, y para una tragedia igual de imprevista. El destino interpreta su papel, la alegría y la desdicha se entrelazan y el futuro de Fabietto echa a rodar. ... [+]
27 de septiembre de 2021
110 de 150 usuarios han encontrado esta crítica útil
Promocionando su última obra, aseguraba a un periodista Paolo Sorrentino que, tras 35 años hablando de la muerte de sus padres, necesitaba dejar de hacerlo. Es la premisa sobre la que se asienta ‘Fue la mano de Dios’. Sorprende que buscando enterrar de una vez -disculpen el humor sorrentiniano– el dolor más personalísimo, el que entraña quedarse huérfano cuando él era solo un iniciado en la vida adulta -que es cuando la palabra presenta más sentido aunque todos vayamos a acabar siéndolo, porque es sin duda el peor momento posible para que a alguien le suceda algo de tales características- y resarcirse así de una deuda contraída únicamente con él mismo, ha creído conveniente invitar a miles de personas a la intimidad de una sala de cine para hacerles partícipes, haciendo uso de su habitual estridencia, de la historia que le pedía a gritos que contase Capuano, su mentor en el arte que domina, a orillas del Tirreno; su historia.

No es ninguna estupidez; contar un extracto de una vida -no digamos ya una entera- es un vasto ejercicio primero de autoconsciencia y después de expresión en el que, como en la película, suele ser más fácil encontrarse de cara con lo absurdo que con la seriedad de lo terrible que puede tener el vivir. No lo digo yo, lo dice su álter ego en la ficción. Un joven Fabietto que, sentado a las faldas del Vesubio, ya consciente de su sino, espeta: “la realtà non mi piaze più, è patetica / no me gusta la realidad, es patética”. Bien sabe Sorrentino, sin embargo, que en lo menos dramático de la vida está la esencia y de que Fabiè está equivocado. Por eso en su película apenas se masca lo trágico. Al contrario, es un ensayo sobre cómo fijar la mirada en el futuro a través de las más extravagantes experiencias. Tanto es así que, incluso a las puertas de un tanatorio, seguirá sirviendo la risa como burla frente a la implacable ridiculez de la vida. O quizás porque, al advertir la pinta que tiene el abismo, reír con tus hermanos es la única cuerda que queda a la que poder agarrarse.

35 años son muchos años para casi todas las cosas salvo, quizás, para el amor -esto está cada vez más en entredicho- y cancelar la hipoteca -esta no tanto-. Nadie culpa de ello a Sorrentino. Pretender liberarse de una carga que atormenta con la inmediatez omnipresente en nuestros días no parece buen negocio. Principalmente porque responde más bien poco al deseo lógico de que ocurra cuanto antes y mucho al estoicismo necesario para conocer del lento proceso que conlleva y las coincidencias no buscadas que a menudo la propician. Hay veces, incluso, en las que será necesario que medien eventos reveladores de toda índole, algunos casi divinos, como la aparición del Pelusa en la Nápoles marginal de los ochenta en la que Sorrentino se crió; y otros, la mayoría, más terrenales, como el paso inequívoco del tiempo o lo que te dice tu psicólogo, ambas de efecto sanatorio.

Y como en todo acto egoísta -por muy en el buen sentido de la palabra que sea en este caso-, más vale saber anticipadamente el precio a pagar por la levedad propia en forma, en ocasiones, de sacrificios de cosas, gente o lugares que querías, para dar el paso decisivo y poder percibir, ahora ya sí, nítidamente sus beneficios, que son múltiples y variados pero que sintetizan en una sola cosa: disfrutar más y preocuparse menos, ya sea a bordo de una lancha en el golfo napolitano -que ahora todos queremos visitar- bañado con la luz dorada que regala un atardecer de finales de verano, cantando un gol del Diego en el balcón de casa o creyendo estar enamorado tantas veces como sea necesario.

Grazie mille, Paolo.
Aguayegus
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