Predator en manos de Shane Black. Receta para el entretenimiento, ¿no?

Pues sí. Para un servidor al menos. La gente quiere el suspense de la primera. La vuelta al terror. Ahora. ¿Pero saben qué? Ya no puede ser. El bichejo con cara de piraña y rastas está metido en la cultura pop y no da miedo. Además -- ya se intentó ése mismo enfoque en el Predators de Adrien Brody y no funcionó (vaya sorpresa).

Por lo que Black, viejo zorro ochentero, recupera elementos de la época -- humor cervecero, gore al gusto, personajes mentalmente tronados pero bastante capaces en el tema armamentísitico (no me digan que fui el único que le vio un aire a The A-Team al grupo) y un desarrollo que no se toma en serio a sí mismo. Algo que es clásico de los ochenta, por cierto. Solamente hay que ver cosas actioner eighties como Robocop, o The running Mano Die Hard para darse cuenta de que las pelis de tiros de la época eran autoconscientes hasta un punto harto elevado, caray. Por otra parte, la ambientación de Halloween y el crío de por medio del largo que nos ocupa le da un jacarandoso feeling al más puro estilo Monster Squad a la peli (no es accidental -- Black y Dekker eran los responsables al alimón del film). Ah - y se avanza en el cánon, llevándolo al mundo actual. A sitios no vistos. Más modernos. Más de videojuego incluso. Y es que estamos en 2018, damas y caballeros. Quedarse estancados en el pasado es inane e inmovilista.

¿Pegas? Algunas. Su principal héroe es un actor con carisma moderado -en manos de un Chris Hemsworth o algo así hubiera subido varios enteros) y los reshoots del tercer acto se notan -- la sensación de barullo climático es bastante clara.

Pero oigan -- es un largo divertido, descarado y entretenido. Que no es poco, caray.