Ya sea contando las vivencias diarias de un agente de policía de la Bonaerense, o siguiendo en su largo periplo a una familia rodante, o introduciéndose en una cárcel de mujeres que se asemeja más a una leonera, Pablo Trapero ha demostrado ya ser una de las voces propias más interesantes del cine latinoamericano actual.

Se le agradece ante todo su respeto por la inteligencia del espectador, evitando las fórmulas narrativas y las obviedades del cine más estúpidamente comercial, presentando a sus personajes de manera gradual y sin agotadoras reiteraciones y masticadas explicaciones, dejando al espectador que descubra libremente las historias de las películas y a sus personajes, y se vaya impregnando de ellas.

Este agradecible estilo suyo continúa ahora en "Elefante blanco", donde narra la lucha diaria y la labor social de una pequeña comunidad religiosa de tres sacerdotes que, ayudados por una asistente social, intentan hacer frente a los numerosos problemas de los habitantes de una deprimida (y deprimente) barriada de la periferia bonaerense.

La presencia del gran Ricardo Darín es siempre una garantía de buen hacer interpretativo en cualquier proyecto, y esta no es una excepción. Su personaje es el párroco de esa pequeña comunidad de curas obreros, de los que trabajan al pie del cañón y se enfrentan a menudo al conformismo y la comodidad instalada en sus superiores en la jerarquía eclesiástica, y lo saca adelante con convicción y solvencia. Le ayuda muy acertadamente en esta tarea interpretativa el actor belga Jérémie Renier (¿?; sí, el descubierto por los hermanos Dardenne a los 14 años en "La promesa"), como el cura francés (o francófono al menos) recién llegado a la comunidad tras su traumática estancia en el Amazonas. Y junto a ellos la estupenda actriz protagonista de "Leonera", Martina Gusman.

"Elefante blanco". Una interesante, certera y estimable película.