Como ya he señalado en críticas previas, siempre me he debatido entre el amor y el odio hacia Nolan. Un director que dirige de manera brillante y trata temáticas profundamente frikis, pero que rechaza ser puro en sus películas en aras de complacer a la multitud. No le culpo, sin público no hay dinero y sin financiación no hay cine; no obstante, bajo mi punto de vista, esta diplomacia ha ensombrecido la mayoría de sus producciones.
¡Por fin!, “Tenet” se aleja de la dinámica habitual, y ofrece justo lo que le faltaba a Origen o a Interestelar, honradez.

La magia de esta cinta está en su desarrollo: sin medias tintas, sin toques sentimentaloides, sin microexplicaciones maquilladas. La película es un torbellino de eventos temporales, basados en la teoría de la retrocausalidad, que probablemente no podrás digerir en el primer visionado. No hay tiempo para coger aire, una vez Nolan grita ¡acción! todo transcurre sin descanso.

“Tenet” es más fría que el resto de películas del director, algunos podrán decir incluso que no tiene alma. Si se entiende como el alma de una película las cámaras lentas o la música emocional, puedo coincidir. Pero es que, tal y como yo lo veo, la verdadera alma de “Tenet” la pone cada uno, Nolan muestra su “realidad” y el público reacciona. Igual que en la vida, los sucesos no contienen emociones por sí mismos, sino que precisan de un observador para desencadenarlas.

Una de las mayores ventajas que ofrece tener cierto renombre es poder hacer lo que te da la gana. Utilizando una referencia reciente, “Tenet” es a Nolan lo que “Erase una vez en Hollywood” a Tarantino y, como esta última, a muchos gustará, pero a muchos otros decepcionará. Sin embargo, aquellos que conecten con ella probablemente lo harán de manera mucho más intensa que con el resto de producciones del director.

Sea como fuere, parece que Nolan ya no necesita que todos le admiren, y eso hay que celebrarlo como un triunfo para el cine.