El cine "young adult" es una de las grandes plagas de nuestro tiempo, no equiparable al covid pero se le acerca. Por eso aprobar una película de este sub-sub género es toda una proeza. Un joven se despierta cada mañana en un cuerpo distinto y logra enamorar a una nena que no tarda en encajar esta "nueva normalidad" en su vida.

Hay que admitir que la cosa va algo más allá del promedio en este tipo de cine, tratando de dotar a la historia de cierta profundidad y calado. El problema es que todo lo demás sí es carne de cliché: la típica chica rubia de ojos azules, los típicos amigos y familiares del mismo palo, todos guapos, delgados y de clase media, con habitaciones enormes llenas de lucecitas y que van a institutos mil veces vistos. Además, a ratos parece un descarado promocional de Apple, cuyos productos son consumidos por la clase media y codiciados por la clase media aspiracional.

El jueguecito del salto intercorpóreo trata de dotarse de cierto aire inclusivo, cambiando sexo y raza, para dar a entender que lo que importa es el interior. Pero es una falsa inclusividad. Para ser verdaderamente inclusivo habría que meter a gordos, feos, pobres y gente de esa que siempre pasa desapercibida o es directamente excluida. Vale, hay un gordo, pero estaba claro que no iba a ser el definitivo. Desde el primer minutos sabemos que "A" no va a aparecer una mañana en el cuerpo de alguien con síndrome de Down, por ejemplo, o enfermo de ELA. Es una peli para adolescentes, aunque lo disfracen de "young adult", y su público objetivo busca modelos en los que fijarse para ser guay, no recibir una bofetada de realidad. Se aprecia el intento, pero si tienen más de 16 años ni se lo planteen.