Al margen de la banda sonora, probablemente una de las mejores de la historia del cine musical de todos los tiempos, “Once” es un regalo para el corazón, una fábula entrañable y una absoluta lección de humanidad.

La relación entre los dos protagonistas, dos seres que un día conectan gracias al poder de la música, es un regalo para los sentidos que demuestra lo grandioso que a veces puede ser el cine sin un solo efecto especial, ni siquiera con un gran presupuesto. Sólo contando una historia hecha de miradas, de palabras y de canciones.

Su sencillez y su poder de evocación son demoledores. Pocas veces la música se convirtió en un protagonista más de una película, en el verdadero protagonista, de hecho. La fusión narrativa entre imágenes y música, la emotividad de las melodías y las soberbias interpretaciones de los actores convierten esta cinta en una poesía contemporánea, en una ensoñación casi mágica sobre el poderoso vínculo que puede forjar la pasión por el arte, y de qué forma esa pasión puede incluso triturar y llenar la más cruda de las soledades en la que se ven inmersos dos seres humanos.

Película para disfrutar mil veces y canciones para tararear y atesorar en el corazón.
Y uno de esos mágicos e irrepetibles momentos que hace que muchos, como yo, amemos tanto el séptimo arte.

Atención a la escena de la protagonista caminando por la calle y entonando la soberbia “If you want me”. Los pelos como escarpias, os lo aseguro.
Y al magnífico final, tan real, poderoso y evocador que se incrusta con fuerza en el corazón.

Y por cierto, absolutamente imprescindible la versión original. La letra de las cancioens es a veces incluso más importante que los propios diálogos.

Maravillosa.