Cualquier fotograma de esta película serviría para pegar en la pared. Los colores y las formas están estudiadas obsesivamente, trasmiten tanta belleza que acabamos viendo ese reducido y viejo apartamento como si de un palace-loft o algo por el estilo se tratara. La vida en una pequeña ciudad vietnamita, sumergida en un paradisíaco entorno natural que se impone a las edificaciones por cada ventana, por cada hueco, se nos presenta como ideal, pese a la ausencia de cuestiones tan básicas como el agua corriente. Tiene razón mi madre cuando dice que una planta bien colocada llena una sala como no lo haría el mejor mueble, si además colocas el objetivo detrás de ella, pensarás que estás en un paraje selvático civilizado con cuatro paredes y algún cuadro. Cuando la lluvia inunda las calles, todo parece limpio y hasta jurarías que ese agua cristalina que surcan las ágiles bicicletas huele bien, no como la clorada de nuestros vulgares grifos.

En el argumento la situación es similar. Un drama muy estudiado en cada detalle que de nuevo consigue trasmitirnos algo que no existe. No hay grandes historias, ni creo que ideas demasiado brillantes. Si acaso destacar el affair de la hermana mayor, el autoimponerse una relación de silencio con su amante le da un cierto encanto envuelto de misterio. Pero todo está contado con sumo cuidado, con precisión puntillosa tanto en los diálogos como en el ritmo.
Una curiosidad, me sorprendió la occidentalización de la sociedad en detalles como el uso de la guitarra en sus cantos o el omnipresente cigarrillo. Usado éste con una elegancia digna del Hollywood de Bogart y Bacall.

¿Los defectos?. Pues que pasada media hora empiezas a pensar que aquí hay algo que no encaja. No es sólo el cúmulo de artificios para conseguir presentar el lado “bonito” de la vida. Hay detalles que fallan, los actores pasan por encima de los problemas de forma poco natural, la vida parece que no dejase huella en ellos. Terminada la película, sólo la hermana embarazada y el fotógrafo demuestran una evolución coherente. Algunas sorpresas del guión no se sostienen, por ejemplo, no me creo que alguien que se despierta todos los días escuchando a la Velvet Underground sea tan extremadamente inocente en temas sexuales como para no relacionar el embarazo con la menstruación.

El balance final deja el poso de dos horas muy agradables, con ritmo, sin los temidos parones del cine asiático, pero con un fondo indefinible de falsedad que impide que te la acabes de creer del todo. La nota, quizás un poco alta, se la doy por el dominio que demuestra de toda la parte técnica y también por que tiene mérito saber encontrar el lado bello de las cosas.