El primer dialogo de la película es revelador: hay confrontación. Aunque desde mi punto de vista, la discusión sobre Bruckner y la música clásica, cantada desde la ignorancia en los estadios de fútbol, sea el único tema que aporta un aire de novedad y frescura a la trama, podemos ver que a pesar de que todo lo demás son tópicos, hace bastante buen uso de ellos. Es decir, el desencaje del protagonista al encontrarse sin trabajo de un día para otro, la venganza irracional que eso comporta, los problemas de pareja de la mediana edad y la incomprensión mutua, entre otras muchas derivaciones, el dilema de tener o no un hijo, no encontrar tu sitio en el mundo, etc. Todo esto es recurrente, sin embargo, Josef Hader le da un toque icónico con ese personaje peculiar, que deambula en la delgada frontera entre la comedia y el drama. Y esos diálogos italianos que parecen sacados del teatro del absurdo de Becket, ¿qué? Curioso.

A destacar: la fotografía. De una sencillez bonita, con unas localizaciones y paisajes encartados, la imagen se ve muy trabajada y elaborada. Las escenas en los bosques cubiertos de nieve, los arboles de tonalidades rojizas en el parque, la luminosidad de la feria, la piscina o el interior de los habitajes, denotan una fotografía cuidada.

Mención especial al color amarillo, que atraviesa de principio a fin la película, a través de las pulcras letras en los créditos iniciales y finales, y hacer acto de presencia en la fotografía, representado en forma de turismo que lleva a Hader a la locura alpina.