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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
9
Drama El profesor Borg, un eminente médico, debe ir a la ciudad de Lund para recibir un homenaje de su universidad. Sobrecogido, tras un sueño en el que contempla su propio cadáver, decide emprender el viaje en coche con su nuera, que acaba de abandonar su casa, tras una discusión con su marido, que se niega a tener hijos. Durante el viaje se detiene en la casa donde pasaba las vacaciones cuando era niño, un lugar donde crecen las fresas ... [+]
4 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un año en la vida de Bergman vale más que la filmografía toda de muchos directores. Literalmente. Porque en 1957 da a luz dos películas de la talla —superlativa— de “El séptimo sello” (“Det sjunde inseglet”) y esta maravillosa “Fresas salvajes”. Si no se trata de sus obras maestras —porque jalona su carrera una docena larga de joyas—, poco les falta.
Siempre he defendido que la versatilidad es uno de los rasgos distintivos —y, a mi juicio, no lo bastante subrayados— de Ingmar Bergman. Sinceramente creo que, de habérselo propuesto, podría perfectamente haber rodado algún western también, o un peplum. Aquí, por ejemplo, se saca de la chistera una “road movie”, eso sí, salpicándola de pasajes oníricos marca de la casa —el surrealismo es otra de sus señas de identidad— y reminiscencias de raigambre proustiana, especie de portal a aquella existencia falsamente idílica con que la aristocracia del “mundo de ayer” retratado por Stefan Zweig hacía oídos sordos al inminente apocalipsis de la I Guerra Mundial.
Pocos cineastas habrá que hayan representado de manera tan fiel la inconexa narrativa de los sueños —y, sin embargo, lógica, a su enigmático modo—. El primero de ellos, que prácticamente hace las veces de prólogo, hubiera puesto a Freud más a tono que la montaña de farlopa de Tony Montana. La feroz y muy feliz concurrencia de símbolos —el reloj sin agujas, los ojos y el coche fúnebre— resulta antológica, mientras que la escalofriante resolución de la pesadilla entronca directamente con el mejor cine de terror. En cuanto al segundo, resulta algo más convencional, en tanto en cuanto se trata de un asunto recurrente, hasta tal punto que reto a cualquiera que tenga el detalle —y la paciencia— de leerme a reconocer no haber soñado eso mismo, o similar, en alguna ocasión.
Con “Fresas salvajes” Bergman rinde homenaje a Victor Sjöström, pionero y patriarca del cine sueco, y junto a Dreyer y al propio Bergman, integrante de la Santísima Trinidad de una cinematografía, la nórdica, notoria no sólo por la altísima calidad de sus producciones sino por la independencia y personalidad de sus partícipes, claves que heredarían y a las que darían continuidad los jóvenes airados del movimiento “Dogma 95”. El veterano cineasta y actor —llevaba 20 años retirado de las labores de dirección— entrega aquí un memorable mutis por el foro, escoltado por dos de las musas de Bergman —sumándoles a Liv Ullmann tendríamos otra terna gloriosa—, Ingrid Thulin y Bibi Andersson. Con personalidades y técnicas interpretativas antagónicas —cadenciosa y escultórica la primera, chispeante como una bolsa de peta-zetas la segunda—, dejan en mantillas al joven elenco masculino. Los ilustres habituales Gunnar Björnstrand y Max Von Sydow tienen, por su parte, una presencia meramente testimonial. Ni falta que hacen, cabría añadir.
Carorpar
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