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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
9
Drama Adaptación de una novela del escritor inglés William Tackeray. Barry Lyndon, un joven irlandés ambicioso y sin escrúpulos, se ve obligado a emigrar a causa de un duelo. Lleva a partir de entonces una vida errante y llena de aventuras. Sin embargo, su sueño es alcanzar una elevada posición social. Y lo hace realidad al contraer un provechoso matrimonio, gracias al cual entra a formar parte de la nobleza inglesa del siglo XVIII. (FILMAFFINITY) [+]
12 de abril de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La aproximación del maestro Kubrick a la convulsa Europa de siglo XVIII —todo lo fidedigna que la técnica cinematográfica de hace cincuenta años, e incluso la actual, le permitió— tal vez no se cuente entre sus obras más célebres, pero es, sin duda, una obra maestra; superior, de hecho —si bien siempre a mi juicio—, a cintas tradicionalmente mejor consideradas, caso de «2001: una odisea del espacio» («2001: A Space Odyssey», 1968) o «El resplandor» («The Shining», 1980).
Mucho se ha hablado de la portentosa fotografía a cargo de John Alcott —y del propio Kubrick— y no seré yo quien aporte gran cosa al respecto; pero resulta inevitable resaltarla por enésima vez, por cuanto «Barry Lyndon», pictoricista e iluminada con luz natural, seguramente contenga algunas de las estampas más hermosas de la historia no sólo del cine, sino del arte en su conjunto. Lo mismo cabe predicar de una banda sonora inolvidable, donde verdaderos pepinos barrocos —Bach, Vivaldi y la omnipresente «Sarabande» de Händel— se alternan con la tradicional «Mujeres de Irlanda» y el precioso «Trío para piano, violón y violonchelo» de Schubert.
Aunque el original literario, «La suerte de Barry Lyndon», se publicó por entregas en los años 40 del siglo XIX, no hay en el texto de Thackeray ni rastro del romanticismo entonces en boga. Al contrario, se trata de una novela picaresca con la carga de realismo e ironía —muchas veces sarcasmo— inherentes al subgénero. La adaptación de Kubrick captura dicho espíritu sin concesiones a la galería: tres horas de imposturas, adulterios, deserciones, cartas marcadas y duelos desopilantes protagonizados por un Ryan O´Neal que hace de su inexpresividad virtud para componer al cínico —y lacónico— arribista que da título al film.
En fin, superlativa película de época, de una ambición, y también cierta misantropía, impensables hoy. Aun perdiendo buena parte de su encanto al reproducirla en los actuales dispositivos individuales —rayanos incluso en el solipsismo—, «Barry Lyndon» sigue constituyendo una experiencia estética arrebatadora, un verdadero festín sensorial.
Carorpar
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