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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Drama Elisabeth (Liv Ullmann), una célebre actriz de teatro, es hospitalizada tras perder la voz durante una representación de "Electra". Después de ser sometida a una serie de pruebas, el diagnóstico es bueno. Sin embargo, como sigue sin hablar, debe permanecer en la clínica. Alma (Bibi Andersson), la enfermera encargada de cuidarla, intenta romper su mutismo hablándole sin parar. (FILMAFFINITY)
2 de agosto de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi «Persona» por primera vez hará cosa de quince años, cuando estudiante de filosofía y, por ende, transido de ínfulas. Ni que decir tiene que me pareció sublime. Revisitada al cabo de tres lustros, adulto hecho y derecho, algo comodón —«aburguesado», se estilaba acusar—, no me ha resultado tan infumable como temía. El primer sorprendido soy yo.
Cierto que arranca con una diarrea de motivos surrealistas y simbólicos, pero lo que viene a continuación es bastante asequible: un melodrama lesbo-sadomasoquista de tensión sexual irresuelta que en su último tercio parece virar hacia la personalidad disociada. Doctores tiene la Iglesia bergmaniana, a mí se me antoja el delirio de un pajillero embridado por la censura —más moral que legal— de la época.
Eso sí, formalmente «Persona» es un cromo. El grano de la imagen, el blanco y negro, el claroscuro, los planos cerrados, primerísimos y fondos neutros —Sven Nykvist imparte su enésima lección magistral de fotografía cinematográfica— remiten a la joven televisión, al cine mudo y especialmente a la Juana de Arco de Dreyer («La Passion de Jeanne d´Arc», 1928). Por su parte, el cuello vuelto, los monólogos a cámara y la ruptura de la cuarta pared evidencian la formación teatral de Bergman y su vinculación con las vanguardias.
Las interpretaciones cobran en «Persona» una importancia capital, más si cabe que en cualquier otra película, pues es evidente que Bergman la rodó «ad maiorem gloriam» de sus dos musas. La desarmante naturalidad con que, como siempre, se desenvuelve Bibi Andersson destaca al ponerla frente a frente con el hieratismo escultórico de que hace gala una Liv Ullman en cualquier caso admirable. Con el paso del metraje la primera agrega capas a un trabajo que, a priori, se antojaba meramente simpático hasta volverlo ciertamente turbador.
En suma, compendio de las obsesiones de Ingmar Bergman, que a mi juicio no son tantas, o no muchas más que las que quitan el sueño —o ni eso— al común de los mortales; presentadas —insisto— con un envoltorio visual y sonoro que no deja indiferente a nadie y dos protagonistas que son dos bombas nucleares escénicas. Que sí, que te quedas con el culo torcido, pero poco.
Carorpar
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