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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
5
Thriller. Terror. Fantástico Thriller psicológico sobre una joven apasionada por la moda que, misteriosamente, es capaz de trasladarse a los años 60 y conocer a su ídolo, una deslumbrante aspirante a cantante. Pero el Londres de la época no es lo que parece y el tiempo parece desmoronarse con oscuras consecuencias...
1 de julio de 2023
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«Última noche en el Soho» se quiere una mezcla de «Repulsión» («Repulsion», 1965) y «Suspiria» (ídem, 1977), que ya es mezclar. Sin embargo, al menos a nivel argumental, está más próxima a «The Neon Demon» (ídem, 2016), seguramente la cinta menos lograda de Nicolas Winding Refn, que de cualquiera de sus reputadas referencias.
No entiendo qué necesidad tenía Edgar Wright de parecerse —o intentarlo, a todas luces sin éxito— a Polanski y Argento, cuando se trata de un cineasta que ha demostrado una personalidad y un estilo propios, reconocibles y sobradamente efectivos. Así lo atestiguan títulos como «Zombies Party» («Shaun of the Dead», 2004) o «Bienvenidos al fin del mundo» («The World´s End», 2013), donde el maridaje entre comedia y terror alcanzaba cotas de calidad no vistas desde los ochenta, edad dorada del subgénero.
El sentido del humor ha sido desterrado de «Última noche en el Soho» —o que yo no le encuentro la gracia, que tampoco es descartable; se vuelve uno gruñón con los años—, así como la saludable camaradería viril, con sus vaciles y regüeldos, aquí sustituida por una tosca dinámica de toxicidad competitiva «inter feminas». Si con ello trataba Wright de satisfacer la cuota «woke» de rigor, le ha salido el tiro por la culata. Flaco favor le hace, asimismo, que el consabido personaje afro-británico raye en la discapacidad intelectual.
Metidos entonces en seriedades, «Última noche en el Soho» queda a años luz de la sofocante ambigüedad en que veíamos boquear a Catherine Deneuve en «Repulsión», el porqué de cuyo errático comportamiento no se desvelaba hasta el desolador plano final. En cambio, el espectador actual demanda historias bien masticaditas, de tal modo que el gran «plot twist» se nos anuncia a bombo y platillo ya desde la mitad del metraje, y una vez producido, por si a alguien le quedaba alguna duda, se nos obsequia con una prolija explicación al respecto.
Estéticamente irreprochable y con algunos planos ciertamente pintones, el «Swinging London» que retrata se antoja, no obstante, algo postizo, como de parque temático; no en vano surge del delirio de una «centennial» transida de fiebre «vintage». La banda sonora, eso sí, es un auténtico pepino nuclear. A los Dusty Springfield, Sandie Shaw o Barry Ryan, entre muchos otros, no cabe ponerles un pero.
En cuanto a sus protagonistas, da gloria ver a Anya Taylor-Joy; aunque la interpretación de Thomasin McKenzie resulta más matizada y, por ende, meritoria. Matt Smith hace honor a su físico —y trayectoria— de villano irredento. Lo mismo puede predicarse del veteranísimo Terence Stamp y ese semblante suyo, no sé si más vampírico que heroinómano o viceversa.
Carorpar
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