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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
10
Drama Continuación de la historia de los Corleone por medio de dos historias paralelas: la elección de Michael como jefe de los negocios familiares y los orígenes del patriarca, Don Vito Corleone, primero en su Sicilia natal y posteriormente en Estados Unidos, donde, empezando desde abajo, llegó a ser un poderosísimo jefe de la mafia de Nueva York. (FILMAFFINITY)
11 de julio de 2023
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Me pasa con las dos primeras partes de «El padrino» que, cuando veo una, ésta me parece la mejor, y viceversa. Así que he decidido concluir que, juntas, se erigen en la obra cumbre de la historia del cine, sin menoscabo de una secuela, «El padrino. Parte III» («The Godfather Part III, 1990), muy meritoria.
El título que nos ocupa sí resulta más complejo en el plano narrativo. La doble línea argumental nos muestra la génesis de la «familia» fundada por unos núbiles Vito, Clemenza y Tessio, y las dificultades que cuarenta años más tarde se encuentra su heredero, Michael, no ya para darle la anhelada pátina de legalidad, sino meramente para mantenerla a flote, asediada por enemigos externos y, lo que es más inquietante, internos. Ambas tramas se entrelazan con admirable naturalidad, estableciéndose entre padre e hijo, Don y Don, un diálogo supratemporal, sin palabras y, en definitiva, hermosísimo.
Todavía agrega Coppola capas adicionales. Por un lado, la de los films de juicios, con la recreación de las declaraciones ante el comité del Senado, tamizada además de texturas documentales; de otro, y con similar ambición de fidelidad, el retrato de los últimos días de la corrupta Cuba de Batista y el advenimiento de la revolución.
En el apartado interpretativo no puede dejarse de señalar que la figura de Marlon Brando es sencillamente insustituible. De hecho, su sombra planea sobre las casi cuatro horas de metraje hasta esa escena final, epílogo memorable y reflexión en torno a la soledad de Michael, pero también homenaje «in absentia» a quien seguramente haya compuesto al mafioso definitivo.
Sabedor de la imposibilidad de emular al tótem, Robert de Niro hace suyo al joven Vito Corleone para entregar un trabajo excelente. Introspectivo y cerebral, con cuantos tics del «método» se quieran —los mismos que consumían a Brando, si no más—, su papel no deja indiferente a nadie. Con todo, el alma de la fiesta es un Al Pacino que prosigue su camino de bajada al averno iniciado durante la primera parte. Un actor superlativo al que —me atrevo a afirmar— nunca antes ni después hemos visto en tan buena y homicida forma.
Carorpar
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