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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Terror. Drama Los Woodhouse, un matrimonio neoyorquino, se mudan a un edificio situado frente a Central Park, sobre el cual, según un amigo, pesa una maldición. Una vez instalados, se hacen amigos de Minnie y Roman Castevet, unos vecinos que los colman de atenciones. Ante la perspectiva de un buen futuro, los Woodhouse deciden tener un hijo; pero, cuando Rosemary se queda embarazada, lo único que recuerda es haber hecho el amor con una extraña ... [+]
31 de agosto de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La semilla del diablo” se erige en una de las (muchas) obras maestras de su director, el hoy denostado —eso sí, por razones estrictamente ajenas a sus improbables deméritos cinematográficos— Roman Polanski. Ni que decir tiene que se trata, asimismo, de una de las cimas del cine de terror de todos los tiempos.
Siempre me ha resultado curiosa la animadversión que Polanski manifiesta hacia las comunidades de vecinos, habría que haberlo visto discutiendo alguna derrama antes de mudarse al 10050 de Cielo Drive. Sarcasmos aparte, los vecindarios de Polanski constituyen un microcosmos donde aflora lo peor del género humano, panópticos foucaltianos o reminiscencias del fascismo, cuando no su triunfo definitivo e irreversible. Desde “Repulsión” (“Repulsion”, 1965) hasta “El quimérico inquilino” (“Le locataire”, 1976), pasando, cómo no, por la maravilla malsana que nos ocupa.
El genial director polaco es un consumado maestro en la construcción de atmósferas sofocantes, cocinadas a fuego lento y salpimentadas con un humor ciertamente peculiar, surrealista y corrosivo, que en absoluto contribuye a relajar la tensión acumulada, sino más bien, todo lo contrario. Asimismo, encontramos abundantes referencias a Hitchcock, de entre cuyos epígonos destaca Polanski sobremanera: travellings de seguimiento, primer y primerísimo planos —el del cuchillo en ristre es puro “Psicosis” (Psycho,”, 1960)—, parafilias, psicoanálisis y un manejo superlativo de los resortes del suspense.
A tal respecto, en “La semilla del diablo”, Polanski juega con la ambigüedad que le sirve de base con la traviesa fruición del virtuoso, estirándola y dándole la vuelta como un calcetín, llevándola hasta sus últimas consecuencias y casi agotando sus posibilidades. Durante dos horas largas nos hace debatirnos entre la paranoia de su frágil protagonista, en la que se presume un batiburrillo hormonal de ardua digestión, y la existencia real de esa cáfila de añejos acólitos del anticristo sedientos de sangre infantil. Sólo al final salimos de dudas, merced a un desenlace desopilante y terrible a un tiempo, que, de hecho, habría firmado el propio Luís Buñuel. El discreto encanto de la burguesía… satánica.
Carorpar
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