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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
9
Terror Regan, una niña de doce años, sufre fenómenos paranormales como la levitación o la manifestación de una fuerza sobrehumana. Su madre, aterrorizada, tras someter a su hija a múltiples análisis médicos que no ofrecen ningún resultado, acude a un sacerdote con estudios de psiquiatría. Éste, convencido de que el mal no es físico sino espiritual, cree que se trata de una posesión diabólica, y decide practicar un exorcismo... Adaptación de la ... [+]
1 de noviembre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué mejor plan para la noche de Halloween que revisitar «El exorcista»? La madre del moderno cine de terror cumple cincuenta años tan fresca como en la fecha de su estreno y bastante más que la mayoría de sus herederas e imitadoras. Efectivamente, en 1973 un William Friedkin en plena forma —venía de rodar «French Connection. Contra el imperio de la droga» («The French Connection», 1971)— adaptó la novela homónima de William Peter Blatty —quien también la produjo y escribió el oscarizado guion— y nada volvió a ser lo mismo en el subgénero.
Tal como suele suceder con cualquier obra maestra, «El exorcista» alumbra una serie de motivos que han pasado a formar parte indeleble del imaginario cinematográfico colectivo al tiempo que —la deriva posterior de los films de posesiones diabólicas así lo atestigua— agota todas las posibilidades de dichos tropos. No creo que haya nadie a quien no le suene siquiera la escena de la llegada del padre Merrin a la casa de los MacNeil, recortado al contraluz de la farola en mitad de la niebla. O que no haya escuchado —e imitado— alguna vez los celebérrimos exabruptos de la niña: «¿Has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija?», «¡La cerda es mía!», etc.
Todo en «El exorcista» funciona con la precisión de un reloj suizo de alta gama, desde la ambientación en una Georgetown gris y otoñal hasta la minuciosa construcción del suspense, sofocante «crescendo» en el que Friedkin —y Blatty— van dejando caer miguitas de un horror inaceptable —por incomprensible, en tanto irracional, o acientífico— para sus cosmopolitas protagonistas, con esa apoteosis final, antológica recreación, plena de moco y sonoras blasfemias, del polémico ritual católico para la expulsión de los demonios.
Mención aparte merecen unas interpretaciones de inusitada intensidad —por cierto que los métodos de Friedkin (petardos sin aviso, temperaturas gélidas en el set) para lograrla no se antojan particularmente éticos—, entre las que destaca la de Linda Blair, inolvidable en el papel, controvertido como poco, de la posesa Regan MacNeil. Si bien conviene aclarar que fue la veterana actriz Mercedes McCambridge quien le prestó su voz en los bizarros pasajes en que por su boca habla el maléfico Pazuzu.
En suma, una maravilla desde cualquier punto de vista que se analice. Posiblemente se trate de la mejor película de terror de la historia, y sin duda es la más influyente. Lástima —insisto— que muy pocas, no sólo de sus secuelas —ya en forma de largometraje, ya de serie de televisión—, sino de la infinidad de cintas de temática similar, le lleguen a la suela del zapato.
Carorpar
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