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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
9
Comedia. Drama. Romance Isaac Davis, un neoyorquino de mediana edad tiene un trabajo que odia, una novia de 17 años a la que no ama y una ex esposa lesbiana a la que desearía estrangular, porque está escribiendo un libro en el que cuenta las intimidades de su matrimonio. Cuando conoce a Mary, la sexy y snob amante de su mejor amigo, se enamora perdidamente de ella. La idea de dejar a su novia, acostarse con Mary y abandonar su trabajo supone para él el ... [+]
24 de noviembre de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
A partir de los cuatro óscares con que fue galardonada «Annie Hall» (ídem, 1977) Woody Allen tiene manos libres para acabar de consolidar un estilo que, hasta entonces, había venido mostrando pueriles veleidades «slapstick». Así, un año después estrena «Interiores» («Interiors», 1978), su primera incursión en un subgénero, el drama de raigambre bergmaniana, donde Allen nunca ha acabado de convencerme. Y en 1979 la película que nos ocupa, en la que alcanza su cenit creativo.
Con música de George Gershwin y la maravillosa fotografía en blanco y negro de Gordon Willis, «Manhattan» se erige, a mi juicio, en la obra maestra del realizador neoyorquino, superando incluso a la antedicha y multipremiada «Annie Hall». Nunca antes —ni después—, en la carrera de Allen y en la de cualquier otro director, hemos visto estampas más hermosas de Nueva York, retratada con texturas documentales al tiempo que profunda y genuinamente allenianas. Una conmovedora carta de amor a la ciudad que nunca duerme.
El guion, escrito a cuatro manos con Marshall Brickman, no tiene desperdicio. En sus diálogos —muchos de ellos fuera de campo, inconfundible marca de la casa— no falta ni sobra una coma, y disparan con munición de cabeza explosiva contra las ínfulas intelectuales de cierta fauna urbana: burgueses pretenciosos, consumistas, egocéntricos y adornados de un asombroso cinismo.
No sabría decir quién sale peor parado de la corrosiva etopeya, si Diane Keaton —«Manhattan» sería su último trabajo junto a Woody Allen, y con razón—, Meryl Streep —que no quedó contenta en absoluto con las condiciones en que hubo de interpretar su papel—, Michael Murphy o el propio Allen. Sólo una angelical Mariel Hemingway se salva de la quema. La inocencia de sus diecisiete años no puede fingirse, tampoco el llanto silencioso y desolador con que reacciona a la ruptura. Merecidísima nominación al Óscar.
Aparte, las consabidas referencias al judaísmo y al psicoanálisis, a Kierkegaard y al paso del tiempo, al cine y al teatro europeos, a la frustración sexual y la imposibilidad de una relación de pareja moderadamente funcional, entre otras, incontables, obsesiones. El resultado es, insisto, una joya de muchos quilates, un clásico moderno con el que Woody Allen se consagra como el más agudo —y jocoso— cronista de los vicios y mezquindades «petit bourgeois» de la posmodernidad.
Carorpar
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