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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Drama En 1948, tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), cuatro jueces, cómplices de la política nazi de esterilización y limpieza étnica, van a ser juzgados en Nuremberg. Sobre Dan Haywood (Spencer Tracy), un juez norteamericano retirado, recae la importante responsabilidad de presidir este juicio contra los crímenes de guerra nazis. (FILMAFFINITY)
30 de agosto de 2020
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El de juicios es un subgénero cinematográfico que ha dado a luz películas memorables, como “Doce hombres sin piedad” (“12 Angry Men”, 1957), “Testigo de cargo” ("Witness for the Prosecution”, 1957) o “Anatomía de un asesinato” (“Anatomy of a Murder”, 1959). Sin duda, esta “¿Vencedores o Vencidos?” se cuenta también entre las más destacadas.
Stanley Kramer adapta un episodio de la serie de TV “Playhouse 90” (ídem, 1956) —donde, por cierto, hicieron sus primeras armas cineastas de la talla de John Frankenheimer, Franklin J. Shaffner o Arthur Penn—conservando, de hecho, a Maximilian Schell en el controvertido y oscarizado papel de Hans Rolfe, abogado defensor de los jerarcas nazis. También se aprecian texturas televisivas y documentales en el manejo algo deslavazado de la cámara, con profusión de zooms y desenfocados con los que —supongo— se pretendió reproducir la inmediatez típica del noticiario. Ello resalta especialmente durante las escenas del tribunal, sobre todo cada vez que se abre el plano, calcadas, cuando no confundidas en el imaginario colectivo con las imágenes de los Procesos de Nuremberg reales. Antes señalé que Maximilian Schell fue galardonado con el Óscar al mejor actor. Premio sin duda merecido, pero que podían habeser llevado, asimismo, un Richard Widmark encarnación de la cándida arrogancia americana, Burt Lancaster con la prestancia y la dignidad que engalanaron su madurez y, más que ninguno, Spencer Tracy, superlativo en la cuarteada piel de ese juez de distrito sacado del retiro para presidir el juicio más importante de su carrera. Pero no sólo ellos entregan trabajos asombrosos, porque las aportaciones, impagables, de Marlene Dietrich, Judy Garland y un Montgomery Clift arrasado por la vida hacen de “¿Vencedores o vencidos?” un festín actoral sin parangón.
Por supuesto, la cinta de Stanley Kramer constituye una acertada y desgarradora reflexión en torno a la “obediencia debida” —falaz argumento al que suelen agarrarse los acusados de crímenes contra la humanidad— y la “banalidad del mal” definida por Hannah Arendt para explicar (se) cómo en la nación más civilizada de Europa y, por ende, del mundo pudieron tener lugar las aberraciones perpetradas por el III Reich y sus secuaces. Estos últimos la mayoría del pueblo alemán, según la pensadora de Hannover y el fiscal Lawson interpretado por Richard Widmark, cuando afirma sarcástico que “no hay nazis en Alemania”, o el arrepentido Ernst Janning que compone Burt Lancaster, quien sacude conciencias con un discurso para la historia del cine, culminado con sendas preguntas en absoluto retóricas: “¿Dónde estábamos?” y “¿Estábamos sordos, mudos, ciegos?”. Que el saldo del complejísimo proceso fuera un centenar corto de condenas ilustra la perenne sumisión de la moral a los intereses geopolíticos y supone, en fin, una broma de pésimo gusto.
Carorpar
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