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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
5
Drama Después de sufrir un grave accidente de coche, una mujer comienza a percibir la ciudad en que vive, Rávena, como un desierto tanto en el plano físico como en el de las relaciones personales. Las secuelas psicológicas le impiden llevar una vida normal y relacionarse con la gente que la rodea. (FILMAFFINITY)
26 de julio de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Admito —a regañadientes— la dicotomía entre cine comercial y cine de autor, no así que el segundo sea, necesariamente, mejor que el primero. En ambos encontramos películas buenas y malas; de hecho, un director de automática adscripción al segundo y objeto de una veneración crítica rayana en la idolatría, caso de Michelangelo Antonioni, cuenta en su haber con cintas muy meritorias —“La noche” (“La notte”, 1961)— y otras que no lo son tanto —“Blow-Up (Deseo de una mañana de verano)” (“Blow-Up”, 1966).
¿Dónde ubicar esta “El desierto rojo”? A mi ofuscado juicio, más cerca de las últimas, cuando no presidiéndolas en toda su gloria. Porque, con perdón del exabrupto, se trata de un coñazo insoportable. Arrostrar cualquier film de Antonioni conlleva la aceptación de un moderado aburrimiento. Igual que Resnais, Bergman, Haneke y otros tantos popes, él no está para entretener al vulgo, qué ocurrencia la de quien esperase lo contrario. Con eso y todo, “La noche” se engalanaba con unos encuadres de estudiada y bellísima geometría, mientras que el pícaro Marcello Mastroianni y una chispeante Monica Vitti se erigían en saludable contrapunto al trillado melodrama que, en realidad, constituía aquélla. Aquí, en cambio, hemos de sufrir una dirección deslavazada y unas interpretaciones que oscilan entre la desgana —un Richard Harris con aire de querer irse “a cualquier otra parte”, como la canción de Dorian— y la sobredosis de Diazepam —la ítalo-croata Xenia Valderi—. Sólo Monica Vitti salva los muebles; ahora bien, el papel de desequilibrada no se caracteriza por su excesiva dificultad, sobran los ejemplos al respecto. De la primera y muy personal —esto sí cabe concedérselo— incursión de Antonioni en el (Techni) color se acaba resintiendo hasta la consabida brillantez del plano. Da la sensación de que, confiando en las posibilidades expresivas de aquél, se hubiera relajado en la composición de éste, decisión —o mera reacción— muy natural, pero de consecuencias bastante negativas. En fin, tampoco la historia resulta particularmente memorable. No funciona en el retrato de la enfermedad mental, confuso más allá de la obvia intencionalidad estética. Para un acercamiento mucho más interesante al tema, recomiendo su coetánea y hoy semiolvidada “Lilith” (ídem, 1964).
“El desierto rojo” sólo acierta en la caricatura cruel que dedica a la burguesía del industrial norte de Italia. El sórdido conato de orgía en la casita junto al mar supone el corolario de los vicios y perfidias de esa gentuza que se ríe de sus propios obreros y justifica cínicamente la ardua y denodada labor de destrucción del medio ambiente en que se engolfa con fruición porcina. “En algún sitio hay que verter los residuos”, viene uno a decir. Pues viértelos en el salón de tu casa, tarado.
Carorpar
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