El Doctor Livingstone, Vicente Ferrer, Madre Teresa... o Christina Noble. Si bien los tres primeros son más conocidos, en mi caso he podido descubrir gracias a esta producción el personaje, también contemporáneo, de Christina Noble.

La alta puntuación de esta cinta no es por sus cualidades técnicas, de correcta factura, si no por la arrebatadora historia de esta mujer que, poco conocida, emociona e interesa intensamente.

Christina (1944), irlandesa, católica, ya de niña tiene un don. Canta fenomenal y de mayor desea ser cantante. Pero tiene un padre alcohólico, echado a perder, y cuando su querida madre fallece, ella solo tiene 10 años. Se cría en un orfanato hasta que es mocita y ya se pone a trabajar. Al poco es violada, queda embarazada y en una institución la acogen hasta que da a luz y le arrebatan el niño para darlo en adopción. Ya nunca más lo verá. Años después se desposa con un hombre que no la merece y con el que tiene tres hijos. Ya en su madurez, siguiendo una llamada interior, se presenta en Vietnam y, conmovida por el desamparo de los niños abandonados, se entrega con pasión para que tengan un hogar y no anden expuestos a la brutalidad de las calles.

Esto que cuento es un resumen de un extracto. La película apenas da para contar la riqueza de las experiencias que ha vivido esta admirable mujer que mejor se habría disfrutado con una serie episódica, pero quizá las razones comerciales no lo han posibilitado. Nos quedamos con ganas de más. Y qué le pasó cuando era niña, cuando era más joven, en su matrimonio con ese tarambana, la crianza de sus hijos, POR QUÉ fue a Vietnam, como fue construyendo su Fundación... Con mucho menos se han eternizado culebrones invisibles.

La pequeña actriz que interpreta a Christina de niña, genial. Otra vez: genial, y bien también el resto del elenco, pero esto no es solo cine. Es más. Es la oportunidad de conocer por qué Dios ama al hombre y por qué deberíamos amarlo también nosotros.