De su director no tengo ninguna referencia, sin embargo debo reconocerle ciertas virtudes. La principal es llegar a convencer a un equipo de trabajo tanto técnico como actoral, de participar en una historia bastante compleja e inexplicable.

Conociendo que la historia está basada en una novela de Gombrowicz, sin haberla leído, reconozco además que es acto de osadía por parte de Zulawski llevarla al plano cinematográfico, pues intuyo que de esta surgieron muchos de los matices filosóficos, confusiones y banalidades contenidas en la historia.

Y aunque no logré conectarme nunca con el argumento, que por cierto es cambiante y fuera de molde, debo reconocerle algo más al director; el trabajo con los actores. Un disparate creíble en la expresividad actoral. Desde la primera escena, los actores se muestran tan convencidos de las sandeces que interpretan, que por momentos hacen sentir al espectador confudido en la realidad que plantean.

Eso sí, admito también algunos fallos de dirección. Siendo una película surrealista, la propuesta narrativa es bastante pobre. Un arte visual irrelevante. La atención recae desproporcionadamente sobre los diálogos reflexivos y confusos, especialmente del inspirado y fallido escritor. Haría falta una desproporción igual en la acciones oníricas, forzar la realidad de los personajes en esta casa, y en la otra, a una mezcla surreal más definida, como lo hecho por ejemplo por el director surrealista checo Jan Švankmajer en Šílení, que también plantea reflexiones de terror filosófico y que sí se da libertad en términos visuales para representarlas.

Una película de un argumento trivial que parece más una suma de esquizofrenias, de puntos altos y bajos en el comportamiento de sus personajes, de raros que se juntaron para confundirse y confundirnos.