La larga familia de C. Chan se asoma a la pantalla para satisfacción de los espectadores que hasta ese momento no habían tenido la oportunidad de disfrutarla al completo.
Y no podían haber escogido mejor ocasión que en el contexto de un circo en cuyo seno los problemas requieren la activa participación del sagaz detective chino.
Y aunque el episodio resulta menos plausible que en otras ocasiones, ya que el guión resulta algo flojo, la trama se desarrolla con interés desde el principio y siempre está adornado por esa media chispa de humor internacional que tanto gusta.
Entrega ligera, suavecita, pero con los rasgos de ingenio que caracterizan al intrépido detective, tan estupendamente interpretado por W. Oland.