Lírica como el poema de R. Lipling en el que se inspira, rotunda como extraída de la vida misma y certera como un acero afilado, la película que dirige F. Powell representa una verdadera pieza singular en 1915.
Su ritmo narrativo, el desarrollo de la historia, su técnica descriptiva, el ejercicio de fabulación y la caracterización psicológica de los personajes marcan los perfiles de un esmerado manual cinematográfico que en aquellos años se estaba comenzando a escribir.

Se trata de una filmación meritoria e imaginativa en la que podemos descubrir numerosas pistas a seguir que la filmografía de la posteridad ha tenido en cuenta.