Existe una clara frontera que marca de forma inequívoca las dos caras de Gaston Velle y, lamentablemente, este cortometraje se inscribe en el grupo de sus producciones menos brillantes.
Es probable que, en aquel momento, diera la impresión de que lo más interesante, lo más comercial o lo más creativo era conducir la película desde las oportunidades que brindaban los trucos de magia de cara a captar la atención del espectador.

Pero la experiencia nos ha demostrado que este director alcanzó cotas mucho más elevadas cuando la utilización de dichos recursos (los del truco) no se erigieron en protagonistas.
Su gran baza siempre ha sido su gran habilidad para fabular, para contar historias en celuloide.