El dulce cosquilleo de un guión que sabe contar su historia, la interpretación convincente de unos actores cargados de oficio, la ambientación concisa y sobria pero elegante y la compañía de una banda sonora suavecita y siempre reforzada por los sonidos de la propia naturaleza, componen el conjunto de elementos idóneos para que la película resulte excelente.
Además el argumento posee vida, rezuma genio creativo, hace gala de un profundo calado humano y la inspiración de la cámara resuelve cada situación con tomas óptimas que hablan por sí mismas como el tic tac de un reloj implacable que no deja de contabilizar un segundo.
El largometraje revela sin disimulo el teatrillo del mundo, muestra los límites de la campana de cristal para refugiarse y adorna con pinceladas de fina psicología cotidiana cada metro de celuloide.

Otra muestra de la eterna reivindicación que exige el cine argentino.