PÁNICO.
Una panoplia casi completa de fenómenos paranormales salen a la palestra en un ambiente de tensión contenida pero a punto de estallar.
El espectador se convierte en cómplice necesario porque R. Obón juega la baza de la incriminación hasta que decide abandonarle a su suerte para que él mismo escudriñe los rincones del misterio y trate de encontrar una solución.
MIEDO SUPREMO.
Las sombras de un cementerio siempre parece que amenazan pero cuando R. Obón ubica sus cámara en el interior, la muerte puede ofrecer un rostro inesperado.
Diríase que su querencia hacia los humanos, más que una cuestión fisiológica, posee animosa voluntariedad.