Certera, directa e inmisericorde, la propuesta de J. Calyton se convierte en un auténtico epítome de tristeza como lo es el relato de N. Gogol en el que se sustenta.
Recoge a la perfección el enorme sentido social y psicológico del texto original.

La cadencia del monólogo inicial que se convierte en inesperado diálogo, la habilidad de la cámara para encontrar encuadres idóneos, la prestancia de los protagonistas y el esmero de una ambientación muy austera ponen de manifiesto el dominio en el ejercicio cinematográfico tanto por parte de director y como del guionista
Y resulta admirable la hábil combinación de naturalismo y de realismo mágico sin que chirríe sobre la pantalla el discurso de ambos mundos.