El florido verbo de J. Benavente en su obra inmortal encuentra en el trabajo de G.P. Puig y de P.P. Oliva un adecuado referente para convertirla en proyecto cinematográfico.
La pieza deviene teatro dentro del cine y ello implica las consabidas distorsiones entre las que destacan una entonación poco adecuada y la gesticulación excesiva.
Actuar en el escenario no es hacerlo frente a la cámara.

Pero dicho esto hay que celebrar que la adaptación es fiel y que la ubérrima frondosidad conceptual del galardonado dramaturgo queda palmaria en la pantalla y su esencia se respira en cada renglón recitado, en cada cambio de escenario o en cada lance veteado de hipocresía, de juego de las apariencias y de denuncia social.

Y seguramente ahí es donde reside el espíritu del autor.